Dualidad de la Madrugada

Nada tiene interés cuando sentimos el misterio de las calles oscuras, que reflejan por igual la muerte y la vida

La Madrugada de la Semana Santa de Sevilla es el territorio de los abruptos contrastes. Según las estadísticas, es la jornada con mayor número de nazarenos cumpliendo estación de penitencia y es la jornada con menos público en las calles del casco antiguo viendo las procesiones. Es también la jornada con más fraude en la reventa de sillas y palcos y es la que menos negocio permite a la hostelería. Pero nada de eso tiene interés cuando sentimos el misterio de las calles oscuras, que reflejan por igual la muerte y la vida. Esta noche es única, la luz de plata de la luna se refleja por las esquinas y la vida alumbra la brevedad del tiempo en la frágil llama de un cirio.

La cruz que muestra el Nazareno del Silencio, la zancada de Jesús del Gran Poder, los ojos cerrados por la muerte del Cristo del Calvario. O las lágrimas del rostro cada hora más moreno de la Macarena, las manos que muestra con amor la Esperanza de Triana, la mirada gitana de la Virgen de las Angustias perdida a lo lejos. También podría ser el dolor de las tres vírgenes que atraviesan la Madrugada con el peso inmenso del silencio: el azahar que perfuma el sueño purísimo de la Virgen de la Concepción, el mayor dolor del Traspaso del corazón de María, la Presentación de una Virgen que recorre las calles con las prisas de su pena callada. O la Sentencia injusta que se proclama entre un revuelo de plumas de armaos, cuando Sevilla es la Roma más andaluza. O que cae tres veces en Triana para estar más cerca del Señor, abatido junto a ese caballo que le abre camino al son de cornetas y tambores. O que toma la cruz y sigue al Señor de la Salud, entre saetas gitanas, desde que sale de su templo que algún día será basílica.

La Madrugada es inmensa y rompe en el amanecer eterno del Viernes Santo. Entonces la ciudad se despereza y en ella se reflejan las luces más inciertas del año. ¿De qué color es el río cuando despunta el alba? ¿Dónde se abren los arcos que cobijan los sueños en el Postigo y en la Macarena? ¿Dónde están los nazarenos que se fueron al balcón del cielo? No los vemos, porque la eternidad no se quedó esta noche en el más allá, sino que bajó del cielo y se perdió en una bulla de ausencias.

No pisotees la rosa, porque es tierna, y caen sus pétalos esparcidos como rescoldos del amor eterno. No apagues la luz de ese cirio encendido, que ya no ilumina cuando se eleva el sol de la mañana. En el camino de los años que vivimos se quedaron los recuerdos de tantas madrugadas. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? En la dualidad de las dos orillas de Sevilla, siempre triunfará el paso de la vida.

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