César Romero

Echar, de menos

Han vuelto los turistas y el sevillano empieza a estar de más, va sobrando en las zonas turísticas

01 de octubre 2021 - 01:46

Mi señor padre, cuando algunos universitarios de su generación, hijos y nietos de quienes ganaron la Guerra Civil, andaban derribando a Franco desde sus aulas, con el éxito por todos conocido, abrió un bar con su hermano menor en su pueblo minero de la vega sevillana. Eran malos tiempos, pese a lo que el olvido de tantos y la nostalgia de unos pocos cuenten ahora. Tiempos con escasos e inestables trabajos, de buscarse la vida, de no saber hacia dónde tirar, sin subsidios ni ayudas. Mi padre, después de algunos tumbos y cien ocupaciones esporádicas, logradas al socaire de los vientos, decidió, visto el bajo sin uso de la casa familiar, sumar tanto la buena mano en la cocina de su madre como la falta de horizonte de su hermano, una mente privilegiada que por su alarmante miopía no pudo dedicarse a aquello para lo que estaba llamado, y abrió un bar que, durante los diez años que permaneció activo, dio el suficiente juego como para que, un cuarto de siglo después de su clausura, un sinfín de antiguos clientes recordaran a los nietos de Anita Ponce, la madre de mi señor padre, lo inigualable de su menudo, de su carne con tomate, de otras tapas sin parangón de su carta. Tan pobres eran las comandas de entonces que, como decían con ironía algunos de sus mejores parroquianos, apuntaba las consumiciones con un tenedor. Ya saben: tres o cuatro veces cada una. Una manera amistosa de protestar. En los bares se estaba, sobre todo los hombres, apenas se consumía. Y, además, el hermano menor no apuntaba ni de memoria, pese a su matemática cabeza.

Cuando uno anda por el centro de Sevilla, casi pleno de turismo ya, no puede dejar de acordarse de su padre. De él y de uno de los grandes taberneros de su generación, que murió hace poco y, quizá por su cercanía a la muerte, quizá por su mucha edad, dijo, en este periódico, algo que ningún hostelero se ha atrevido a decir antes o después de la pandemia. Juan Robles afirmó que muchos de sus colegas protestaban, al reabrir con las restricciones posteriores al confinamiento, porque ya no ganaban un 300 sino un 50%. Durante meses han plañido, y lamentado, y pedido ayudas, exenciones, un amparo económico. Pero ya vuelven los turistas, los que pagan céntimos a euros. Y el sevillano empieza a estar de más, va sobrando en las zonas turísticas. Y quien antes te preguntaba, servil antes que servicial, al entrar a unas inoportunas cuatro de la tarde, si querías algo para acompañar tu solitaria cerveza, ahora te baja la persiana metálica de su local, invitándote a no tomar tan siquiera esa consumición que, cuando sólo rentaba el 50% que decía Robles, era celebrada con alharaca. Quienes paseábamos el centro de Sevilla sin oír más que un ligero, tenue, acento andaluz, ¿acabaremos echando en falta la maldita pandemia? Puede. Y puede que algunos céntricos hosteleros que bien pronto están olvidando estas vacas algo flacas algún día también nos echen. De menos.

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