La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mi Juan no se merece una salida triste del PSOE andaluz
Afirmo, con rotundidad, que en Sevilla hay primavera, una primavera autóctona, efímera como todas, aunque las salutaciones, pregones, ripios y cantos que hacemos de ella la han situado en el pedestalillo de una eternidad la mar de barroca. En cambio, no tenemos suficientes evidencias que confirmen que aquí tengamos un tránsito, más o menos amable, al invierno. Por supuesto que, conforme avanza ese mes y el que viene, nos quitamos de encima el fogarín abrasador de julio y agosto pero, por lo demás, vivimos en un catálogo de sensaciones térmicas relacionadas fundamentalmente con el calor. En estos días la ciudad tiene algo de asador a media mañana, de freidora a primera hora de la tarde y de cocedero por la tarde-noche. Normal que le robemos a la mañana todo el fresco que podemos. Las ventoleras y polvaredas que se alzan de repente, como la del pasado domingo -con esprint de camareros tras las pizarrillas de las tapas- no descargan su tormenta de verano; no hay alivio de ver lluvia, nos dejan el ánimo aún más soliviantado. En Quito, en plena línea del Ecuador, me advirtieron de que allá no tenían las cuatro estaciones repartidas por el año, sino en un solo día. Lo comprobé en mis propias carnes. Acá, en cambio, tenemos tres al año: 1. primavera, 2. verano y veranillo y 3. invierno. Olvídense del neologismo ese de "veroño": suena a rayos y es falsario.
Todo este caldo tibio en el que flotamos estos días cursa además con la ciudad y los pueblos de nuevo rebosantes de gentes que retomamos el curso con un brío y trajín que roza lo estresante. Sudamos sólo de vernos unas a otros. Parece demostrado, según leo, que el clima influye en el ánimo, aunque sospecho que en estas latitudes la relación entre estado anímico y clima es inversamente proporcional a la del norte: aquí nos sale un día otoñal, fresquito y nublado y damos mortales patrás. Se trata de uno de esos días -diría Juan Ramón Jiménez- en el que la estación venidera no llegó para quedarse del todo. Se trata de uno de esos días -añado- en el que el otoño sevillano juega a hacernos creer que vendrá. Desconfíen.
En estos días, en los que escuchamos hablar a menudo del síndrome posvacacional, voy conociendo casos de gente cercana que está sufriendo crisis de ansiedad. Sería atroz echarle la culpa al tiempo de algo que es consecuencia de los tiempos, de estos tiempos y de esta sociedad hiperactiva que nos conmina a correr a toda mecha. Pero estoy convencida de que este engrudo ambiental calentito en el que ahora nos recocemos también deja su huella en el ánimo. Que llegue pronto el día en el que un chaparrón misericordioso suelte prenda sobre Sevilla.
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