¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Esperando la tercera

De los antivacunas me sorprende su arrojo, su desprecio por el propio pellejo, aunque sea un valor estéril

El mundo es alegremente desigual. Mientras Djokovic se ha empeñado en convertirse en un ídolo del movimiento antivacunas -un "nuevo Espartaco", dice su amante padre-, el menda lerenda desespera por conseguir que le pinchen de una vez la tercera dosis de Pfizer. Todos los días empiezo la jornada tecleando la dirección web de ClicSalud y todos los días me topo con la decepción. En las últimas jornadas el mensaje deja claro que la cola todavía va por los 54 años. Estamos muy cerca, pero la historia está llena de ejemplos de barcos que naufragaron cuando ya se divisaba en el horizonte el puerto salvador.

De los antivacunas me sorprende su arrojo, su desprecio por el propio pellejo, aunque sea un valor estéril, como el del soldado que se inmola cuando ya se ha firmado el armisticio. Algunos de ellos me han advertido de que el pinchazo me puede llevar a la esterilidad, lo que sinceramente no me preocupa en esta fase de mi vida; otros, más ideológicos, señalan la condición bovina de todos aquellos que nos dejamos estabular en las colas de los estadios para recibir nuestro ansiado chupito salvífico, incluso hablan de la pérdida del legendario espíritu indómito de los pueblos ibéricos. Sin embargo, yo no desligo mi condición de vacunado a mi espíritu españolazo. Es más, todo este movimiento entre cayetano y neohippie me huele demasiado a misionero protestante que nos intenta colar entre las páginas de la Biblia valores del capitalismo wasp. La cantinela ultraliberal -tan tremolada por el movimiento antivacunas- fue la doctrina con la que se desmanteló el Imperio español en apenas veinte años, entre 1809 y 1829, para luego entregar sus despieces a los intereses mercantiles británicos. Comprenderán que con estos argumentos no me queda más remedio que vacunarme. Es una simple cuestión de patriotismo retroactivo.

En estas cuestiones uno suele ser bastante obediente, como lo era en el cuartel de Artillería en el que serví a España y al Rey, que Dios guarde. Si el médico me dice que me vacune, lo hago a la voz de ar, y no me dedico a jugar a sanitario entre las procelosas aguas de internet. La libertad, lo tengo muy claro, tiene un sentido social. Nuestra frontera, aquella que nos fundó la patria y de la que todavía quedan rastros en la toponimia de la llamada Banda Morisca, no fue labor de pioneros calvinistas aislados y armados hasta los dientes, como en el Far West, sino de reinos, órdenes y concejos. La tradición hispana es comunitaria. Hace poco lo recordamos en Granada, con el mosqueo de los de siempre. A por la tercera (vacuna). Y vivan Isabel y Fernando.

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