La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
En uno de los cajones de la mesa de Pedro Sánchez hay una carpeta con un nombre en rojo: Susana Díaz. Allí se guardan, entre otras cosas, las cuantiosas facturas que el todavía presidente en funciones no le ha cobrado a la secretaria general de los socialistas andaluces. Nadie duda de que tarde o temprano lo hará, pero la pregunta es cuándo. Sánchez, quien al igual que Rajoy está desarrollando una paciencia confuciana, tiene muy presente las sabias palabras del Eclesiastés: "Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo". Sabe que ahora es el momento de atender un frente mucho más urgente e importante: la formación de un Gobierno que, en las últimas horas, se ha puesto muy cuesta arriba, tanto que muchos temen que se vuelva a activar el bucle electoral. Para Sánchez es el momento de atender su permanencia en La Moncloa, pero algún día no muy lejano abrirá el Expediente Susana.
Y mientras tanto, ¿qué hace Susana Díaz? Esconderse. A la vista está que la secretaria de los socialistas andaluces, especialista en ese cáncer de España llamado "política orgánica", sólo tiene valor en las batallas internas del PSOE, pero le falta el coraje cuando la lucha se produce más allá del limes socialista. Lo ha demostrado con la sentencia de los ERE. Quiso desaparecer del mapa y lo único que consiguió fue poner sobre su bulto un foco que atrajo todas las miradas. Al final, 48 horas después del veredicto y ante el clamor mediático, tuvo que salir a la palestra con voz impostada y tirando de argumentario. A Susana parecía darle igual que el nombre del partido al que le debe todo estuviese siendo arrastrado por el suelo y que algunos de sus líderes fundadores (a los que también les debe todo) tuviesen ya un pie en prisión... Se limitó a esconderse y a mandar a un subordinado caído en desgracia a dar la cara. El antiliderazgo.
Susana Díaz, decíamos, se comportó como esos niños pequeños que creen esconderse por tapar su rostro con un pañuelo. Pensó, ingenuamente, que con su actitud medrosa lograría algo de oxígeno para seguir sobreviviendo en un ecosistema político cada vez más asfixiante para ella. Pero se equivocó: lo único que ha conseguido es aumentar aún más su imagen de ídolo de barro, de falsa profeta incapaz de devolver al PSOE-A a los verdes pastos del poder. Con su cobardía sólo ha logrado cavar un poco más su tumba. El Expediente Susana sigue engordando y algún día, bajo el cielo, llegará el tiempo de abrirlo. Como muy tarde, el próximo verano.
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