Fiesta en el Museo

Más bien, la mayoría de los asistentes al sarao en el Bellas Artes no han puesto un pie en un museo en su vida

El pasado viernes se celebró en el Museo de Bellas Artes de Sevilla (la segunda pinacoteca de España, como aquí gustamos de repetir, aunque me da que más como manido latiguillo del sempiterno narcisismo hispalense que como pujante realidad…), previa cesión gratuita del inmueble por su propietaria la Junta de Andalucía, la fiesta anual de una revista sevillana que, con la pomposa puesta en escena propia del sector, agasajó a variopintos personajes del mundo rosa y sus aledaños. La dadivosa cesión ha abierto el debate sobre el uso razonable de los espacios públicos en beneficio de iniciativas privadas, deviniendo éste más enconado al tratarse de un emblemático museo.

La Consejería de Cultura, a través de la Secretaría General de Innovación y Museos, ha reaccionado contra las críticas aludiendo a la promoción de este tipo de espacios gracias precisamente a eventos como éste, y a su propia condición de galardonada en el acto. Si el primer argumento es de por sí endeble (resulta un poco alambicada la conexión del evento con la cultura, y más bien se diría que la mayoría de los asistentes al sarao no han puesto un pie en un museo en su vida), el segundo da pie a conjeturas e interpretaciones que no favorecen precisamente a quienes se supone están llamados a llevar a cabo una nueva política cultural alejadas de amiguismos y componendas.

Los museos están para lo que fueron creados, exponer sus obras al público, procurando la mejor oferta a sus visitantes. Aquí tenemos la suerte, además, de contar con un sustrato histórico y cultural de gran valor, sustentado en grandes edificios civiles (y no me refiero sólo al antiguo Convento de la Merced) con amplias posibilidades y siendo cuna de principales exponentes de la pintura española. Es esa falta de adecuación entre nuestro potencial real y lo que venimos ofreciendo comparado con otros en la que ha de centrarse la gestión, poniendo todos sus esfuerzos en ello.

Sabemos que cenas en museos se han hecho muchas, y en sitios más renombrados, y tampoco es cuestión de mandar a los albañiles a nadie por esto. Pero a veces los detalles pueden echar abajo las buenas intenciones, y algo de eso podrían haber aprendido ya los nuevos gestores de la Junta. Y además, ¿no queda mejor Ana Obregón brindando al aire sevillano en cualquiera de las terrazas de moda, que a pocos metros de la Inmaculada de Murillo?

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