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Mercedes De Pablos

Grosso modo

A Grosso le debemos la mirada amorosa y descreída de una Sevilla que alterna historia y mito

06 de abril 2019 - 09:12

Grosso Modo. Nunca un apellido ha sido tan romano, sin esa preposición que tanto ensucia la antigua locución y que algunos se obstinan en decir, y mira que cada vez que alguien dice a grosso modo seguro se derrumban tres puentes y se deshace un mosaico con Baco o Minerva. Claro que de quien hablo y a quien corresponde tan divina y humanamente esta expresión tiene una de la cabezas más exactamente romanas (visiten iconografía) que se han visto. Manuel Grosso, Manolo Grosso, luce una suerte de tres culturas injertada en su aspecto y sobre todo en su manera de vivir. Gozoso como al-Mutámid, prudente como Maimonides, orgulloso, aunque humilde como esos tres emperadores de Itálica, sevillanos antes de Sevilla, patrimonio de la humanidad sin sello de la Unesco y esa su poco nerviosa carrera por tenerlo.

He conocido pocas personas tan cultas como Manolo, a él le debo autores imprescindibles ( e impronunciables), biografías deslumbrantes y esclarecedoras, como las de Speer, arquitecto de Hitler, tantas veces regalada por su utilidad para entender cómo una persona inteligente se deja abaratar moralmente; músicas del mundo, desde las fusiones africanas más estrafalarias a lo iracundos hermanos de Oasis o a ese Goran Bregovic al que Grosso le enseñó Sevilla y su piel de minotauro, aparte de su particular amistad con Leonard Cohen, que la hubo. A él le debemos el descubrimiento de películas joya, tantas que se hace perdonar su afición al metraje largo y sobre todo a Oliveira, un maestro pero también una tortura para los que, gente débil, cabeceamos después del minuto noventa. Pero a Grosso le debemos, y somos legión (romana por supuesto) la mirada minuciosa, amorosa y descreída de una Sevilla que alterna historia y mito, tradición inventada y heredada, gesto y postura, con una elegancia digna de Peter O' Toole siendo Lawrence de Arabia en el Alcázar y en el Alfonso XIII. Cómo hubiera disfrutado Manolo en el rodaje.

Estos días los entusiastas muñidores de la Muy y otras malas compañías han concluido su Triduo Heterodoxo sobre la Semana Santa, segunda entrega de lo que ya fue un encuentro feliz del año pasado. Y en todas y cada una de esas citas con personajes singulares y tan distintos entre sí sobrevolaba la sombra de Grosso. Lo hablé con José María Rondón, con Javier Recio, con Juanmi Vega, con Rosamar Prieto, que tanto acudió a Manolo y compaña (Las García Perea o Carlos Lara) cuando le tocó pastorear con las Fiestas Mayores en el Ayuntamiento. Alguien puso el dedo en la llaga: los tópicos se hacen joyas cuando se les quita el polvo y la rigidez de la taxidermia patria y se convierten en juguetes gozosos, la sopa Campbell, los carteles de Manolo Cuervo, los acordes de una marcha en las sinfonías enloquecidas de Carles Santos.

Pero para ser heterodoxo hay que saber mucho, vivir mucho, disfrutar mucho, respetar mucho. Grosso Modo, literalmente hablando.

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