¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Repeticiones y repetidores
S EVILLA es la ciudad donde más gente se conecta al cabo del día a Diario de Cádiz, y no es porque los sevillanos se hayan aficionado a las cuestiones de Trimilenaria, que algo de eso hay, sino por la cantidad de gaditas que ahora viven junto al Guadalquivir. A todos ellos, a los que han convertido la autopista de peaje en el corredor de su casa y, en especial, a los que se acaban de incorporar, va dirigida esta suerte de guía para melancólicos ahora que se entra en febrero.
El gadita se baja del Comes con el mismo temor que un protestante en Dublín o un jesuita en la Meca, pero hay que vencer el miedo: a esta gente le gusta tanto Cádiz que ya saben distinguir una chirigota de una comparsa, y guardan toda su inquina para Málaga, que es como si fuese nuestro Jerez.
Tal como explicó Fernando Villalón, el mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz. El poeta y ganadero estudió en El Puerto, y su mayor contribución a la geografía bética es haber sacado del mapamundi a Jerez, ciudad habitada por unos nativos que acostumbran a vestir en la sección de Caza de El Corte Inglés.
Sevilla y Cádiz son un mismo mundo - no tan distinto-, por culpa del mar. Sin ese río navegable, entrada de fenicios, genoveses, vikingos, japoneses e indios, y vía de salida de castellanos, mareantes, prostitutas y dominicos, Sevilla sería como Jerez. O como Córdoba. Es el sustrato arenoso de la calle del Mar y el marinero de Triana lo que hacen de esta ciudad una prima hermana de Cádiz. La marea, que se nota en el río, les trajo el comercio y les alivió el monocultivo del latifundio.
Lo primero que debe hacer el gaditano al pisar la ciudad es orientarse: allende el campo del Betis está Cádiz, aunque el Poniente entra por Torre Sevilla. A veces se nota hasta el Levante, aunque el sevillano dirá que hace aire, como si el resto del año respirase azahar, que es lo suyo.
Sevillanos y gaditanos sufren una identidad desbordante, un tanto esquizofrénica porque se sienten el ombligo y el culo del mundo a la vez. Y si en Cádiz tienen gracia, en Sevilla, guasa, aunque el sevillano prototípico lo que gasta es mucha malange y, además, se siente orgulloso de ello.
Es verdad que son muy pesados con la Semana Santa, pero no más que los jartibles del Carnaval. Si el enfermo del tres por cuatro comienza a ensayar en noviembre y en verano todavía está cantando coplas, el buen capilla se prepara en la precuaresma, se besa todos los pies y manos de señores y vírgenes, procesiona seis veces en la Semana de Pasión y, justo al acabar el de Resurrección, se prepara para la Feria. Acabada ésta, ya sólo piensa en Chipiona, población que deberíamos ceder como muestra de amistad.
Pero, cuidado, del mismo modo que cada día hay más sevillanos que saben quién es el Yuyu y Guancalo, la sevillanía ha entrado en Cádiz como los aqueos en Troya, debajo de los pasos de madera, que yo ya he visto muchas Vírgenes gaditanas meciéndose como la Esperanza.
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