La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La cochinada de los cubos de enfriar los tanques de cerveza
Desde que leo periódicos, escucho la radio y veo la televisión vengo observando que los comentaristas deportivos se deshacen en elogios hacia las aficiones de los clubes vascos, especialmente hacia la del equipo que el sábado ganó la Copa del Rey, al que en mi juventud llamábamos elBilbao, lo que al parecer es ahora pecado fachosférico del que nos redimen cada fin de semana los áxeles y maldinis, que tienen hilo directo con San Mamés, nombrando a la centenaria institución, para que aprendamos los del secarral, como debe ser: Athletic Club. Iríbar, que acaba de cumplir 80 años, jugaba en el Bilbao, pero los hermanos Williams lo hacen en el Athletic Club, igual que Cruyff era el líder de la selección holandesa y Memphis Depay es un matao de los Países Bajos.
Pero a lo que iba: que los medios de esta tierra de conejos tienden a hacerle la pelota a los leones vascos y uno tiene la sensación de que esa actitud responde no tanto a los méritos contraídos por los de la ría del Nervión como a la oscura atracción que el españolito de la meseta siente por aquellos que lo desprecian. Hasta he tenido que ver a algún periodista penibético felicitarles la victoria de esta manera: “Zorionak, athleticzales!”, que es como si cuando el Granada ascendió a Primera el año pasado el tipo que lleva los deportes en el Gara hubiera escrito “ole vuestra polla”.
Un par de katxorros de la hinchada catedralicia se mearon en la puerta de la Basílica del Cachorro trianero, mientras que otros mostraban en el Paseo de la O la infame bandera que reclama la vuelta de los presos al País Vasco. Triana es el distrito del que era teniente de alcalde Alberto Jiménez Becerril cuando lo mató ETA en un callejón sevillano, sin que en las gradas de San Mamés nadie guardase un minuto de silencio. Pero a Rivero, que se ha dejado una melenita aznariana, le pareció ejemplar el comportamiento de unos tipos que, además y como siempre, abuchearon al Rey apenas apareció en el palco y pitaron el himno de su país –el de Rivero y el de los que silbaban– con la misma rabia con la que Mónica García le arrancaría, pelo a pelo, la cabellera a Ayuso. Así que Herrera ya tiene tarea para cuando presida la Federación: poner en la puta calle a la mejor afición de España en el mismo momento en que vuelva a desairarnos.
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