Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Los Javis se quedaron cortos con La Mesías. Su thriller casi apocalíptico, el proyecto “más ambicioso, reposado y complejo” de los guionistas Javier Ambrossi y Javier Calvo, es una serie provocadora y valiente (se deja ver) pero sobraron las expectativas. Se lanzó con un tráiler demasiado efectista, con más nominaciones y alfombras rojas que premios, y un elenco de primer nivel donde las interpretaciones estelares de Lola Dueñas, Carmen Machi o Cecilia Roth no terminaron de convencer con la historia. Bien por hacernos descender a los infiernos, al tormento y al fanatismo religioso en una familia de tantas, y bien por atreverse a poner ficción a esa oscura esfera de la vida pública española que sigue moviéndose entre la polémica y el tabú. Pero La Mesías supo a poco.
Un problema de expectativas y quién sabe si el peso del inconsciente (incluso para Los Javis) cuando tocamos los pilares de la Iglesia. ¿Nada que no puedan superar unas monjas de provincias? Cada vez tengo más claro que el futuro de los medios pasa por el periodismo local; ese que lleva a un titular lo que jamás pensaríamos que pudiera salir de la imaginación. Lo destapó Jesús Bastante en Religión Digital y se ha hecho viral. Estos son los ingredientes: un puñado de monjas famosas por sus trufas de chocolate (se han llegado a degustar en el Akelarre de Subijana), una trama de compraventa de conventos, un momento inesperado de iluminación (o no) y un nuevo escándalo sobrevolando el Vaticano. Las clarisas de Burgos y Vizcaya escriben un manifiesto de 70 páginas, abren un cisma con la Iglesia Católica, tildan de “herejes” a todos los Papas después de Pío XII y se declaran seguidoras de un falso obispo excomulgado relacionado con el Palmar de Troya. Un tal Pablo de Rojas Sánchez-Franco, ultra tradicionalista, nieto de un gobernador civil de Jaén, que sigue a un prelado vietnamita. ¡Y todo sin IA (o no)!
Hace unos días me llamó la atención una noticia sobre la rebelión de medio centenar de trabajadores de los museos del Vaticano por precariedad. Me puse a indagar en la demanda colectiva, sobre salarios y condiciones laborales, pero mi interés no pasó de lo sintomático del titular (hasta en la Santa Sede cuecen habas) y de constatar el desgaste de imagen que siempre conlleva una protesta y una huelga (o no). Porque cuesta pensar que el Papa Francisco se haya puesto en modo crisis por un problema de logística interna. Y mucho menos por una pataleta (interesada) de unas hermanas clarisas. Pero así contado... “El cisma de Belorado”. Ni los Javis.
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