La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
Pedro Sánchez se salvó por tercera vez el 28 de abril, pero pronto ha vuelto a lo suyo, que es el cable del funambulista, el campo de minas en el frente de batalla, la única bala del tambor de la ruleta rusa. La elección de Miquel Iceta como presidente del Senado define su carácter de audaz, casi temerario, recuerda mucho a las ocurrencias de José Luis Rodríguez Zapatero.
Sin embargo, la reacción contraria de Esquerra y del partido de Waterloo invalida muchas de las conclusiones que se han sacado de esta elección. Si se trataba de enviar un mensaje de calma a los independentistas, de un posible indulto para los que aún no han sido condenados, Pedro Sánchez se ha equivocado, porque lo que ha provocado la designación de Iceta es el desconcierto entre los independentistas.
Iceta es todo esto que usted piensa y lo contrario, nacionalista y federalista, unionista e independentista, susanista y sanchista, vasco y catalán, español si hiciese falta. El día en que Puigdemont proclamó la república más corta de la historia, aquella que duró mucho menos de lo que se tarda en cuajar un huevo, Iceta se reunió con el presidente catalán en el Parlamento. Lo encontró abatido, se apiadó de él con este gesto tan pío.
Lo de Iceta es un mensaje de Pedro Sánchez a Cataluña. No a los independentistas. Buena parte del problema catalán reside en la rivalidad histórica entre Barcelona y Madrid, y en el hecho de que la primera esté perdiendo esta pugna secular por motivos propios. La prensa barcelonesa de toda condición ha aplaudido que la cuarta personalidad del Estado vaya a ser un catalán, le gusta este tipo de asuntos, fantasean con que si el Senado no se ha trasladado a Barcelona, Barcelona se ha instalado en el Senado, en el corazón de Madrid.
Pero lo de Iceta también muestra una inquietud del propio presidente del Gobierno. El encargo de un plan al Ministerio de Exteriores para combatir la mala imagen de España en el escenario internacional se debe, exclusivamente, al asunto catalán y al hecho de que la estancia de Puigdemont en Waterloo y el juicio en el Supremo amenazan con abrir algunas fisuras en el rechazo general que las aspiraciones independentistas ha tenido en el mundo. Por lo mismo, Pedro Sánchez ha comenzado a promocionar a Josep Borrell para convertirse en una de las figuras más políticas de la Comisión Europea. Si no como presidente, sí como vicepresidente político o representante de Exteriores.
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