Carlos Colón

Jacob volviendo de la Macarena

La ciudad y los días

04 de abril 2010 - 01:00

MOLIDO y cojo, como Jacob después de luchar con el ángel, volvía de la Resolana en las primeras horas de la tarde del Viernes Santo. ¿Cómo no sentirse un Jacob a la vez triunfante y vencido, pleno de fuerza y vapuleado, feliz y sobrecogido, aniquilado y renacido? Como él, que exclamó "he visto a Dios cara a cara y no he perecido", esa noche hemos visto el más cierto rostro de Dios hecho hombre. "Penuel" -rostro de Dios- llamó Jacob al lugar del combate y la revelación. Nosotros lo llamamos San Lorenzo. Como él, que se agarró al ángel de Dios diciéndole "no te suelto si no me bendices", nos hemos agarrado al palio de la Esperanza con los ojos o con las manos, tocándolo para santiguarnos después o llevando -como hacía un devoto por calle Feria- la mano puesta sobre el manto y bajo ella la foto de la persona por la que pedía, no pudiendo soltar los ojos de Ella hasta sentirnos bendecidos. Como él, de quien cuenta el Génesis que cuando salía el sol fue cojeando tras su combate con Dios, nos fuimos exhaustos tras oír a los pájaros salmistas de San Lorenzo alabando al Señor -toda la Creación cantándole cuando se vuelve al pueblo ante su Basílica- en busca de la tierra prometida que esa mañana se llama Feria, Relator, Parra, Escoberos, Fray Luis Sotelo y Resolana. Y nos asimos a la cofradía entera como Jacob al ángel, sin poder soltarla hasta que sea ella la que nos deje.

Serían las dos y media. Había exprimido hasta la última gota de luz del atrio: dos "Pasa la Macarena" mientras giraba para darnos la cara y "Esperanza Macarena" cuando nos dejaba. Nada quedaba ya. Quedaba todo. Los años nos van descubriendo que la más hermosa salida de la Macarena empieza justo cuando se cierran las puertas de la Basílica. Entonces, mientras los más suyos viven y lloran la última levantá por los macarenos que están en el Cielo; mientras la Esperanza avanza hacia el presbiterio al son de la letanía que le cantan las caídas de su palio y las doce tribus de Israel que sostienen el cielo bordado que cubre al Arca del Verbo Divino, rodeada por una bulla de plumas, capas "arrecogías", ojos enrojecidos, terciopelos morados y verdes bajo el brazo, medallas cuyo cordón ha ido perdiendo su color quinario a quinario, septenario a septenario, Madrugada a Madrugada; entonces, cuando ya todo parece ido, volviendo cojitrancos y vencidos como Jacob por la Ronda, Feria o San Luis, descubrimos que todo está ganado. Y nos vamos sintiendo vivirnos ya para siempre por dentro lo que esa mañana hemos vivido; y viendo a la Macarena con los ojos del alma. Hasta el año que viene, si Dios quiere.

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