La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Juan de la Cruz, víspera de Esperanza

Y diremos a la Esperanza: "Véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para ti quiero tenerlos"

Es en la noche de San Juan de la Cruz cuando muchos años se nos da la Esperanza como ella exige ser vista y nuestro corazón ansía verla: lo más cerca posible, próxima para sentir como nuestra prójima a esta mujer sencilla -María, de pueblo, y de barrio la Esperanza- que fue Arca del Verbo Divino. Porque es en la noche de San Juan de la Cruz, este 14 de diciembre, cuando la suelen bajar del camarín para cumplir ese anhelo que sólo se sacia del todo cuando pisa el suelo del barrio que se la dio a Sevilla y la adoptó como madre ofreciéndole su nombre por apellido; o cuando sube a su paso para darse del todo a todos en la madrugada y la mañana únicas entre todas las madrugadas y las mañanas.

Qué bien se llevan esos aparentes opuestos que son la severa esencialidad de San Juan de la Cruz y la desbordante alegría y opulencia macarena. En el corazón del santo -y con más fuerza cuanto más oscura sea la noche del alma- brilla la luz de la fe, vibra la alegría de la esperanza y arde el fuego del amor. En el corazón de esa alegría y esa opulencia que visualiza, representa y contagia la Macarena viven el silencio del mundo cuando ella aparece, el despojamiento de todo cuanto no sea ella, la desnudez de las emociones, la esencialidad de lo único que permite vivir con sentido -es decir con fe, esperanza y amor- la vida.

Qué claras se sienten las palabras del santo -"quien no ama ya está muerto"- cuando la Esperanza nos mira. No existe silencio más hondo en Sevilla que el que ella impone cuando su paso arría, la multitud enmudece, el ancla se balancea suavemente en su corona, quedan inmóviles las caídas del palio, cesa el latido de las mariquillas, caen tantas lágrimas de tantos ojos, se siente el roce y el beso de quienes nos faltan, sus manos se cogen a las nuestras y sus brazos nos estrechan como cuando éramos niños y nos alzaban para mostrarnos a la Esperanza única de los mortales. Mientras ella, desde su paso, se ofrenda dejándose devorar por las miradas. Porque esa noche y esa mañana dichosas -otra vez San Juan de la Cruz- la Esperanza es la luz y guía que en nuestros corazones ardía.

Si Montesinos dijo de la Inmaculada que "a Dios no le sienta mal / saberte la preferida", seguro que tampoco le sienta mal que le ofrezca a la Esperanza estas palabras de San Juan de la Cruz: "Véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para ti quiero tenerlos".

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