Antonio montero alcaide

Escritor

Justicia del rey en el Alcázar

Los lunes y viernes el rey escuchaba al pueblo en el Alcázar para hacer justicia salomónica

No mucha distracción tendría el infante don Pedro en las estancias del Alcázar de Sevilla con sus preceptores y ayos, ya que su padre, Alfonso XI, prestaba toda su atención y cuidado a la poderosa concubina Leonor de Guzmán, con la que tuvo diez hijos bastardos; y su madre, la reina María de Portugal, desgastaba los años de un matrimonio real de conveniencia con la amargura, y también la inquina, del desplazamiento y la postergación. Pero, si andaba aburrido el infante, pocos días después del inicio de la primavera de 1350, un Viernes Santo, con menos de dieciséis años (le faltaban cinco meses para cumplirlos), es proclamado rey Pedro I porque su padre encontró la muerte, de peste negra, en el sitio de Gibraltar.

Si bien su madre y un destacado valido, Juan Alfonso de Alburquerque, disponían el inicio del reinado, poco más de un año después Pedro I celebra Cortes en Valladolid y, en el camino, Leonor de Guzmán, que viajaba presa, es ordenada matar -algo tuvo que ver la reina madre- en Talavera de la Reina, que así se llama porque era de María de Portugal. Es en esas Cortes, de 1351, cuando el rey se ofrece a sentarse dos días a la semana, los lunes y los viernes, en audiencia, a escuchar las peticiones del pueblo. No debió ser una promesa incumplida -en el medievo, lo más cercano a las campañas electores era el señorío de las behetrías, que podía ser elegido por el pueblo- porque el presbítero sevillano Pablo Espinosa de los Monteros, en De la historia y grandezas de la gran ciudad de Sevilla, cuya segunda parte se publicó en 1630, "En Sevilla, en la Oficina de Iván de Cabrera, junto al Correo Mayor", da cuenta de una silla que existió en el mismo Alcázar, aunque ya no estuviera allí entonces: "Pero viéronla muchos de los que hoy viven, que me dijeron, que estaba en la puerta ordinaria, por donde entramos en los Reales Alcázares, por la parte de fuera, desde la dicha puerta a un torreón, en que hoy está un balcón de hierro dorado de azul, y oro, todo aquel sitio cogían tres gradas de ladrillo de canto demás de tercia de alto cada una. Sobre ellos en el medio estaba la dicha silla de piedra, y formada con cal y ladrillo. Y de los brazos salían dos pilares pequeños que ayudaban a sustentar un capitel de piedra, que estaba encajado en la pared. Allí se sentaba el Rey, y abajo debía de estar algún Secretario, con alguna mesa donde escribía algunos decretos suyos".

El también sevillano e historiador Diego Ortiz de Zúñiga, en sus Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble, y muy leal ciudad de Sevilla, metrópoli de la Andalucía, publicado en 1677, refiere cómo, en 1354, el hijo de un zapatero, que había sido matado por un arcediano pendenciero, con el solo castigo de no decir misas en un año, pidió justicia al rey. Este le insinuó si era capaz de matar al arcediano, y así lo hizo en una procesión en la que iba el propio rey. Cuando después es llevado el hijo del zapatero ante el monarca, este se hace el despistado y resuelve condenarlo a un año sin ejercer su oficio. Más parecía don Pedro, en fin, salomónico que cruel.

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