Kelly vs. Birkin

La moda no es inocente. Ojalá un bolso Maruja Torres para llevar la vida en bandolera

Las frivolidades a veces son muy profundas. O al menos a mí me lo parecen porque, aunque parezca mentira, me hablan de realidad, aunque las encuentre en páginas que hablan de ricos y nos entretienen a los pelagatos. Pero mientras Argentina prepara una página negra que la generación que viene estudiará con estupor yo –que soy capaz de alternar mi foco de interés entre lo trivial y lo escandaloso– me he afanado en saber de una puñetera vez la diferencia entre los dos bolsos estrellas de Hermés. Las que tiramos de réplicas –el original más barato no baja de seis mil euros– dudamos siempre en si el modelito que llevamos es un Kelly (falso) o un Birkin (igualmente falso). Tambien podría entretenerme averiguando si Milei y Trump fueron gemelos separados al nacer o si la legitimidad de un gobierno depende de si lo ocupan unos y no otros. Se empieza así y se termina viendo con buenos ojos la venta de riñones (de pobres). Pero volvamos al mundo luxury que, además de mercancía, vende modelos, en este caso de dos célebres actrices. No hay que tomarse en broma a un artefacto que ocupó el sillón de Rajoy en toda una sesión de investidura, hay portavoces de partidos que han llegado a mucho menos. El caso es que la diferencia entre ambos es, exactamente, la que los diseñadores atribuían a las mujeres que les dieron su nombre. Kelly es un homenaje a la inolvidable Grace, princesa de Mónaco y actriz de películas que son ya historia, Hitchcock mediante. Y Birkin recoge el apellido de Jane, que encarnó media Nouvelle Vague y que se nos ha muerto el verano pasado. Kelly, el bolso, es elegante y rígido. Birkin, el bolso, es flexible y grande, no en vano la actriz le confesó al gerente de la Maison (el nombre se lo he robado a las pijorrevistas) que no encontraba un modelo práctico que mantuviera su poco de glamur. Los dos comparten un cierre característico –con el que las humanas normales nos tropezamos porque fácil no es– y un aire similar. Como ellas: triunfadoras, bellas, inteligentes. Pero entre la oscarizada que colgó la profesión en 1956 para encarnar el papel de princesa de una corte de papel cuché y la rebelde de los años sesenta, cantante y activista, hay una diferencia de diez años, que, como diría John Red, cambiaron el mundo. Mientras París se incendiaba y Birkin interpretaba temas de Gainsbourg y jadeaba en Jai T’aime mais non plus, Kelly cuidaba de sus niños, ejercía de brillante consorte y, dicen, ahogaba sus penas con Martini, victima, según biografías no oficiales, de frecuentes depresiones. Birkin perdió una hija en un accidente que pudo ser suicidio. Kelly conducía el coche que la llevó a la muerte y a su hija pequeña al hospital. Dos maneras de afrontar la vida: cumpliendo escrupulosamente el papel asignado o saltándoselo a la piola. La moda no es inocente. Ojalá un bolso Maruja Torres para llevar la vida en bandolera.

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