Llegó el gran día, con lo que se demuestra que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Un gran día que se ve como un Kilómetro Cero que tiene de meta la conquista de un paragüero más. Sería el sexto, nada más y nada menos que el sexto logro en ese periodo de catorce años que empezó un jueves de Feria. Y quizá sea este reto de ahora uno de los que mayores ilusiones han despertado, sobre todo por el tiempo en que se desarrolla.

Lo peor de todo, digamos que lo único malo de todo esto, es que en el avión del equipo no hubo sitio para el aficionado y eso es algo que duele en el alma. Como dolió en lo más hondo no haber podido alentar a la tropa desde aquel derbi que reabrió el fuego sagrado del fútbol. Pero es lo que hay y se ha de hacer de tripas corazón para vibrar con lo que el Sevilla sea capaz de alcanzar esta tarde renana ante un rival que llega enardecido por su triunfo del sábado en campo juventino.

Es un gran día para el sevillismo, aunque la distancia que llaman social le quite calor a la cosa. Tiempos que habrán de volver a la normalidad auténtica y desde el que veremos esto de hoy como un mal sueño que no debería volver por ningún motivo. De todas formas, partidazo al canto y estoy convencido de que ese Sevilla que nunca se rinde va a ser el que se lo lleve. ¿Y por qué? Pues aparte de la competitividad archidemostrada, porque el Sevilla es mejor que su rival.

Estoy convencido y me imagino que Monchi, el gran conocedor de cuanto se libra esta tarde en Duisburgo, estará conmigo en ese aspecto, en otros ya sé que no. Lopetegui ha logrado en este curso inacabable tocar las teclas adecuadas para que la música suene bien. Ya sé que ha sido un tiempo proceloso por culpa de un bicho que no ha dejado en paz al mundo, pero esta tarde, cuando sean las siete en todos los relojes de la Renania, el viento soplará de popa para el Sevilla, seguro.