La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
Bueno, pues ya está aquí. Llegó por fin el frío, anoche se encendieron los alumbrados, en el monasterio de la Encarnación se está celebrando la novena de la Pura y Limpia, el martes se inaugurará en el Alcázar la exposición y venta de los dulces que, orando y laborando, han hecho las clarisas, las agustinas, las jerónimas, las dominicas, las carmelitas, las mercedarias y las concepcionistas; se enfila esta semana el puente de la Constitución y la Inmaculada que este año compite en extensión con el San Francisco, reviven los corchos y las figuritas guardadas hace un año que ha pasado como un suspiro para quienes entregamos nuestras cartas al Rey del vestíbulo de la juguetería Los Reyes Magos de calle Cuna, conocimos los corrales de pavos en la Encarnación y éramos ya grandecitos el año de la Cabalgata de la niebla. Y mientras se monta el Nacimiento vuelven a sonar Los campanilleros de la Niña de la Puebla, A la puerta de un rico avariento de Manuel Torres o Noche de Reyes de Pepe Pinto en buena armonía con White Christmas de Crosby, Have Yourself a Merry Little Christmas de Garland o I’ll Be Home for Christmas de Sinatra.
Tengo que decidir qué Dickens leo este año. Por supuesto todos los cuentos navideños, desde Canción de Navidad o El grillo del hogar a La historia de los duendes que se llevaron a un sacristán o El significado de la Navidad cuando envejecemos. Pero, ¿qué novela? Procuro hacer un turno rotatorio por el que –¡ay!– ya han pasado todas cuatro veces. Pero no siempre lo respeto, tentado por el Pickwick del que Cortázar dijo que es “una de esas obras que vuelven el mundo más soportable y divertido” porque “el humor es esa ilógica y admirable capacidad humana de hacer frente a la sombra con la luz no para negarla sino para asumirla y a la vez mostrarle que no nos dejaremos envolver por ella”. ¿Cómo resistirse al orondo protagonista, a Sam Weller o al discurso desarticulado de Alfred Jingle? Ya veré.
Lo cuento para animarlos a que inicien en la lectura de Dickens y su Picwick a sus hijos y nietos. Porque, como también escribió Cortázar, “las aventuras de Samuel Pickwick y sus amigos valen como intercesores entre la áspera vida que espera en el umbral de la adolescencia y la certeza interior de que el reino de lo imaginario no se detiene ahí y puede seguir llenando de gracia y de ternura nuestro paso por las cosas y los años”. Feliz Adviento.
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