Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Luchar contra la decadencia

La pandemia causa una crisis emocional colectiva que agrava la pérdida de confianza en los políticos

Quizás sea un sentimiento compartido esa sensación de decadencia que ha invadido las calles de Sevilla, cuna de la bulla transformada en una ciudad vacía también por imperativo moral en estos días. Pasear bajo las luces de la Avenida escuchando los pasos de quien viene detrás, entrar en cafeterías buscando algo de calor y ver la soledad, observar puestos de mercado más que abastecidos y sin clientes, acudir a comprar a última hora un regalo y sorprenderse de que no hay cola... e incluso mirar más de una vez el reloj para comprobar el horario ante la incredulidad de calles desiertas en plena franja comercial.

También han sido estampas de esta Navidad el reverso de las terrazas hasta la bola y de gente circulando apurando los últimos minutos antes del toque de queda. Pero lo cierto es que la tristeza ha recorrido el centro y también los barrios. Y todos, con más o menos optimismo, se han adaptado a una situación terrible porque refleja pérdidas progresivas e imparables. Algunos han perdido seres queridos y ahí hay poco consuelo. Otros el trabajo y su medio de vida, y eso es un drama. Y hay quienes no encuentran la esperanza de recuperar al menos una parte de lo arrebatado por la pandemia. Éstos son los más afortunados, los que hallan algo de aliento, conscientes de que hay circunstancias peores.

Hasta los niños ha asumido sin demasiado esfuerzo que los Reyes Magos no podrán hacer su trabajo como otros años y con una responsabilidad ejemplar acortan sus listas de regalos y se despiden con un deseo: que se vaya el coronavirus y podamos volver a abrazarnos.

Ojalá sea una sensación equivocada, pero da la impresión de que esta Navidad también ha sido menos solidaria. Hay más gente necesitada pero que no pide por pudor y otra que admite que ha sido menos generosa y no porque le falte la voluntad, más bien posibles.

El frío obliga a recogerse aún más y el miedo a una nueva ola asusta con un nuevo confinamiento. Secuelas de una Navidad decadente que agudiza la urgencia de encontrar argumentos para luchar contra este sentimiento de derrota. La crisis del coronavirus es sanitaria, económica, social y emocional. Y son necesarios paliativos de todo tipo. La ciudad sin alegría es menos poderosa en todos los sentidos.

A las administraciones públicas hay que exigirles salvavidas, bien en forma de ayudas directas, exenciones fiscales, incentivos y condiciones flexibles para que la economía salga a flote. Pero también algo de ayuda moral. Otra de las pérdidas que deja esta pandemia es el enorme desapego de los ciudadanos a sus representantes públicos y la desconfianza en que arreglen la situación. Eso es algo que también deberían abordar los políticos. Y hacerlo sin marketing barato. Es su gran reto, mantener la credibilidad ante la gente. Y para ello es clave escuchar a quien ha conseguido gestionar con éxito sus crisis particulares y tomar nota. Ojalá que las alianzas entre lo público y lo privado tan cacareadas estos días sean más que un discurso de moda, sean una estrategia eficaz y salvadora.

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