Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

Manos en el fuego

INCLUSO ahora que los ciudadanos no abstencionistas se han diversificado, como dicen de los productos quienes se ocupan de los productos, y el denostado bipartidismo ha dejado paso a una suerte de tetrarquía en la que nadie se fía de nadie, la respuesta a los continuos escándalos de los políticos sigue dependiendo para muchos votantes del lugar del arco -apelar a la ideología parece excesivo, cuando los propios ideólogos hablan de oídas- en el que se inscriba el mangante de turno. Lo normal sería que todos fueran igualmente repudiados al margen de la pertenencia o simpatía hacia uno u otro partido, pero de hecho los términos de la condena varían en función de la afinidad o la distancia que los representados -las víctimas de la estafa- sientan hacia los representantes cogidos en falta.

Entra dentro de lo lógico, aunque tampoco sea aceptable, que los compañeros de las ovejas negras -a veces, ay, verdaderos rebaños- se muestren prudentes a la hora de opinar -no me consta, dejemos a los jueces hacer su trabajo, etcétera- sobre las fechorías perpetradas en casa, si bien a estas alturas no deberían permitirse la desfachatez de referirse a continuación, como si fueran atenuantes, a los delitos de los adversarios. Más difícil de entender es que gente que no se dedica profesionalmente a la política, incluyendo entre los que sí lo hacen al inefable gremio de los tertulianos, reproduzca los argumentos -y hasta las frases o los tics- que han popularizado los imperturbables fabricantes de dispensas, para quienes la intrínseca perversidad ajena convierte en ínfima cualquier muestra de desvergüenza propia.

Era así cuando el turnismo y de momento la cosa no ha cambiado, aunque es indudable que la irrupción de los emergentes -ahora tendrán que estar a la altura- está vinculada a un saludable hartazgo de tanto enjuague. No se puede esperar de ninguna agrupación que todos sus miembros acierten siempre, pero sí cabe pedirles que no roben ni mientan ni se encastillen -véase el caso grotesco del señor ese del Congreso, que ya sólo se representa a sí mismo- cuando hacen lo primero o lo segundo. La deseada regeneración, sin embargo, no llegará de la mano de las medidas promovidas desde los partidos, sino cuando todo el mundo aborrezca por igual la corrupción de cualquier especie, venga de donde venga y con mayor motivo -con mayor asco- cuanto más próxima. Poner la mano en el fuego sólo se hace para lo que se hace.

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