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Mayorías

Ni siquiera sus partidarios están de acuerdo en el rumbo que se derivaría de una refundación del Estado

Es evidente que el país no ha estado nunca tan desunido desde que fue aprobada la vigente Constitución y en ese sentido no extraña que la fiesta del aniversario resultara tan deslucida, teniendo en cuenta que los líderes de los dos partidos mayoritarios ni siquiera se dirigen la palabra y que las formaciones que apoyan al presidente del Gobierno no ocultan su intención de sustituir el régimen actual por no se sabe bien qué cosa, si un Estado federal o confederal o una serie de repúblicas independientes de difícil compatibilidad con el principio de la soberanía nacional e improbable encaje en la casa común europea. La deriva centrífuga no es inexplicable en términos históricos, dado que al menos dos de los territorios que reclaman algo más que autonomía lo vienen haciendo desde hace mucho, pero el hecho de que los nacionalistas de esos territorios hayan continuado con sus pretensiones después de recuperar el autogobierno no permite ya identificar sus demandas, como ocurrió durante la dictadura, con un anhelo mayor, hasta cierto punto vinculado a las aspiraciones de los ciudadanos de cualquier parte de España. Como se ha explicado tantas veces, el paso del franquismo a la democracia fue posible, más allá de los méritos del monarca, que los tuvo, o de la intervención providencial de uno u otro dirigente, porque la gran mayoría de los españoles empujaba en esa dirección. Si los políticos e ideólogos, en plena Guerra Fría, se vieron obligados a transigir y entenderse, fue no tanto por convicción como por la certeza de que los electores no iban a perdonarles que se encastillaran en sus posiciones. En este punto se cifra la grandeza de la Transición, que fue un logro colectivo, y la clave de los años en los que pareció que habíamos superado esa propensión al cainismo que muchos consideraban insuperable. No pasaría nada si más de cuatro décadas después se acordara un nuevo pacto. El problema es que no se ve por ninguna parte la razonable mayoría que exige, con buen criterio, el texto constitucional, y que ni siquiera los que proponen su reforma o su revocación están de acuerdo en el rumbo que se derivaría de una refundación del Estado, entre otras cosas porque entre ellos se incluyen quienes se declaran contrarios a seguir formando parte de ese mismo Estado. Parece indudable que no basta una mayoría mínima para abordar cambios de semejante envergadura, pero justamente ese ha sido el camino del independentismo que no ha hecho más que dividir y radicalizar a los ciudadanos de sus territorios y del resto de España, resucitando la práctica del frentismo y devolviéndonos a un tiempo oscuro que creíamos enterrado para siempre.

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