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La ciudad y los días

Carlos Colón

Miedo a la ciencia, no a la religión

NO es contra una Iglesia anclada en la Edad Media, masoquistamente amante del sufrimiento propio y sádicamente complacida en el de los otros, integrista y enemiga del progreso y la ciencia, contra la que se reacciona cuando se redacta un testamento vital o se apoyan las prácticas de eutanasia pasiva. Hay en esta percepción un gigantesco error y una aún mayor manipulación que pretende alinear a un lado el progreso, la ciencia, la racionalidad compasiva y al otro -como sus opuestos- la Iglesia, el humanismo cristiano y las creencias. Conviene despejar el error o desmontar el engaño. Los testamentos vitales y los nuevos marcos legales de la eutanasia pasiva, como el remitido al Parlamento andaluz, no reaccionan contra la concepción cristiana de la vida o abusos masoquistas y sádicos de la Iglesia, sino contra una concepción cientifista que reduce la vida humana a mecánica biológica; y contra ciertas aplicaciones clínicas abusivas de algunos avances científicos. No se olvide que lo que se entiende por encarnizamiento terapéutico es la inútil, excesiva y cruel prolongación del proceso de morir, utilizando cualquier medio quirúrgico, mecánico o químico para alargar la vida. Esto, como es fácil comprender, no es resultado de ningún postulado religioso sino de la euforia médico-científica por aplicar, y hasta el extremo, determinadas tecnologías o farmacopeas.

La Iglesia se opone a la eutanasia activa y al suicidio asistido, pero no a los cuidados paliativos aunque, a cambio de aliviar el sufrimiento, puedan abreviar la vida del paciente terminal. Tampoco se opone a la suspensión de los tratamientos cuando carecen de sentido curativo. Bien claro lo deja el Catecismo de la Iglesia Católica: "La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el encarnizamiento terapéutico. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. (…) El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable" (nº 2278 y 2279).

Ignorando malintencionadamente esta realidad y aprovechando alguna intervención clerical o laico-integrista poco meditada o errónea, se ha pretendido culpar a los cristianos de oponerse a la ciencia y defender un mal -el encarnizamiento terapéutico- que, paradójicamente, ha sido causado por la ciencia misma.

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