Minuto y resultado

Hace años, en mi inocencia irredenta, advertí de la necesidad de un pacto de inviolabilidad de lo privado

Por poco que se sigan los avatares futboleros hay expresiones que se quedan ahí, en el imaginario colectivo y en la práctica coloquial de la charla: no hay rival pequeño, arde Mestalla o minuto y resultado son muletillas que aderezan cualquier conversación contemporánea. Desparecido Jorge Lozano, introductor de Steiner y Eco en España, seguro que semiólogos locales (te toca, Fernández Serrato) se animan a desentrañar los juegos del nuevo lenguaje, incluidos ese niñes y chiques que tanta furia desatan. Con la manía que le tuve a la @ y ahora me parece naif.

Pero lo grave, a mi juicio, camina por otro resbaladizo y peligroso lado. Estamos asistiendo desde hace un año al minuto y resultado de una de las amenazas más brutales que nos han tocado vivir, al menos los satisfechos occidentales que nos creíamos a salvo de enfermedades recluidas en los continentes pobres. Qué pensará Patarroyo, inmunólogo colombiano Premio Príncipe de Asturias y padre de la vacuna de la malaria, que hasta él, sin móvil ni redes, ha sido objeto de bulos y declaraciones falsas. Él sufrió el oscurantismo de los laboratorios contra su trabajo y ahora, nosotros, el mundo en general y los españoles en particular, padecemos exactamente lo contrario: una sobreinformación no jerarquizada que nos convierte en expertos y, aún peor, en desconfiados.

Hace ya muchos años formé parte de una mesa redonda sobre la espectacularización de la información, entonces en pañales. Lo más escandaloso, creo recordar, fue la filtración de una conversación telefónica de un dirigente socialista (Txiqui Benegas) hablando con cierta sorna del superjefe Felipe González. En mi inocencia irredenta advertí de la necesidad de un pacto de inviolabilidad de lo privado. Pero lo sustancial lo dijo el catedrático y columnista Carlos Colón, que, más allá de titulares y filtraciones escandalosos, apuntó a la fractura de un secreto no escrito entre informadores e informados. Y puso un ejemplo: nadie deberíamos saber qué pasa en los quirófanos, cómo nos desanudan las tripas o nos martillean los huesos. Esa voladura por los aires de ese secreto necesario según Colón, ha alcanzado hoy niveles difíciles de controlar. A la exposición pública se le añade la instantaneidad. Minuto y resultado de la enfermedad, minuto y resultado de los afectados por la vacuna, por mucho que la estadística diluya los peligros. Ni siquiera los gobiernos escapan a ese vértigo, se hacen declaraciones a golpe de tuit, lejos de la oficialidad de las ruedas de prensa o de los comunicados. Transparencia, sí, pero también mesura, sosiego, tiempo. O terminaremos poniendo en cuestión los muros de carga de un hospital en construcción. Los cimientos de las decisiones legítimas y legitimadas.

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