La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
Aunque las colecciones de objetos artísticos existen desde la antigüedad clásica y sobre todo en el Renacimiento, es a partir de la Ilustración que muchos edificios públicos son reconvertidos en museos. El caso principal y matriz es el del Museo del Louvre, que pasó de palacio real a ser desde 1793, es decir en los primeros momentos de la Revolución Francesa, a museo donde exhibir a toda la ciudadanía las colecciones de arte que los monarcas franceses habían reunido a lo largo de los siglos hasta ese momento, la labor desamortizadora de la propia revolución, la preocupación de las personalidad ilustradas y el resultado de las campañas napoleónicas, la actividad arqueológica y otras procedencias como las donaciones de colecciones privadas. Y con ese modelo, con más o menos fortuna y nivel son todos los demás museos principales del mundo.
Desde la segunda mitad siglo XX y hasta el presente la idea de patrimonio artístico está presidida por el criterio de mantener los bienes en el lugar para el que fueron creados, eso sí, con todas las garantías necesarias de conservación y protección, tanto si son de propiedad pública como privada. Cada vez con más insistencia se reclama por parte de Egipto y Grecia, por ejemplo, el retorno de su patrimonio y el fin del expolio del Museo Británico, en relación con los mármoles del Partenón o la piedra Rosetta, de la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia o el código de Hammurabi del Louvre o el altar de Pérgamo y las puertas de Ishtar del importante museo berlinés, acusando a Reino Unido, Francia y Alemania y exigiendo que todos esos bienes vuelvan a su lugar de origen. Baste citar esos ejemplos para darnos cuenta de la dificultad y envergadura de hacer cumplir los criterios actuales del patrimonio, en esos y otros casos, y lo que supone revisar toda esa situación. Y eso, sin nombrar las colecciones del Vaticano.
Pero no parece tan fácil. Por ejemplo, ¿el tesoro de Tutankamón debería estar en el museo egipcio de El Cairo, o en la tumba donde se encontró, conservado? Me podrán decir que no es el mismo caso. Pero ¿dónde está el punto de equilibrio? Algo de justificación hay en la reclamación, pero lo que también parece es que quieren que esos tremendos reclamos culturales estén en sus capitales, para que el número de visitantes dejen rendimiento en sus respectivos países. ¿Hablamos entonces de turismo y todo lo que conlleva? En parte creo que sí. ¿Desmontamos el Museo Arqueológico de Sevilla y lo llevamos todo a Itálica? Y los cuadros del Prado, ahora que se está rehabilitando el Salón de Reinos del Palacio del Retiro de Felipe IV, ¿los restituimos al sitio para el que fueron pensados?, nada menos que por el criterio de Velázquez, como La Rendición de Breda y otros tantos o los dejamos donde están ahora y que ya llevan varios siglos. El debate artístico y científico está abierto. Y si esa posición de restituir todos los bienes culturales a sus lugares de origen la llevamos al límite, ¿qué quedará en los museos?
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