Paco Correal se fue el martes pasado al Palmar de Troya, flamante municipio de la provincia de Sevilla, y se trajo en su curtido morral de reportero andariego uno de esos titulares para el recuerdo: "Nosotros nos queremos separar de Utrera, no de España". Nos llamó mucho la atención, porque desconocíamos la situación colonial de la pedanía en la que el papa Clemente levantó su Nueva Roma devenida en Vieja Sodoma; también ignorábamos sus ansias emancipatorias y la condición imperial y explotadora de Utrera, patria del Abate Marchena (del que se cumplen ahora 250 años de su nacimiento), los Hermanos Quintero y Bernarda Jiménez Peña (leyenda del cante, con permiso del Niño de Elche). Por lo que se ve, el espíritu cantonal en el que degeneró la revolución de 1868 (por mal nombre la Gloriosa, de la que también celebramos centenario y medio) sigue vivo en esta España crepuscular del procés.

Al igual que la provincia, la ciudad de Sevilla tiene numerosos nacionalismos irredentos. Pedro Sánchez hablaría de una "ciudad de ciudades". El más conocido es el de Triana y su república independiente, donde se defiende un hecho diferencial a veces tan exagerado como impostado, como las muñecas de Marín o los uniformes principescos de cornetas y tambores. Pero hay mucho más. Por ejemplo, la Alfalfa, que constituye algo así como una pequeña Covadonga en el corazón de la ciudad antigua. Sus indígenas suelen soltar bilbainadas de esta guisa: "La Alfalfa es Sevilla y el resto es tierra conquistada a las crecidas del Guadalquivir". La lista sería interminable: hay nacionalistas de Los Remedios, de Santa Catalina, del Tiro de Línea, de Nervión, incluso de Sevilla Este, zona a la que un periodista foráneo llegó identificar con Los Ángeles (California, EEUU). Y todo porque había palmeras y pocos autobuses.

Sin embargo, no todo es amor de aljama. También hay apátridas que reniegan del solar que les vio medrar como semovientes. Esta semana lo hemos visto en Los Pajaritos, nombre demasiado idílico para un agujero negro social dominado por un narco venido arriba que puede amargarle la vida al más bragado. La gran mayoría de sus antiguos vecinos, que han sido realojados en otros barrios mientras las administraciones les construyen nuevos bloques, le han comunicado al Ayuntamiento que no piensan volver, que han encontrado un hogar mejor en Nuevo Amate, Torreblanca y Aeropuerto Viejo, la Sevilla a la que nadie dedica ripios (algo bueno debía tener la precariedad). El nacionalismo, aunque sea de barrio, es un lujo burgués.

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