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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Nostalgia del otoño sevillano

El otoño sevillano es otra hermosura perdida, como La Española, el Coliseo o los adoquines de Gerena

Si Vivaldi viviera hoy, en vez de a caballo entre los siglos XVII y XVIII, y en Sevilla, en vez de en Venecia, una de sus obras más famosas se llamaría Las dos estaciones y media en vez de Las cuatro estaciones. Porque de tener cuatro hemos pasado a tener dos (verano e invierno) y media (primavera). Nos achicharramos acompañando al Gran Poder en su ida a los Tres Barrios y nos helamos acompañándolo en su regreso. Mangas cortas por Luis Montoto y chaquetones por Eduardo Dato. En poco más de una semana hemos pasado de 32 grados a 21, con mínimas de 6. Nos han robado el otoño. Y nos quitan cada vez más primavera. De seguir así pronto solo tendremos invierno y verano.

¿Recuerdan las dulzuras del otoño? Los exquisitos que buscan lo auténtico gozado por pocos decían preferir nuestro íntimo otoño a la famosa, cantada, pregonada y mil veces escrita primavera. Pues se han quedado sin él. Era mucho más breve que el meteorológico, desde luego: apenas iba de Santa Teresa a la Purísima. Cuando el 22 de septiembre entra oficialmente el otoño aquí sudamos las calores pegajosas del veranillo del membrillo que ya no cesan en octubre. Fue Muñoz Seca quien en su divertida Anacleto se divorcia -la que en Sevilla tanto se aplaudía cuando aparecía un personaje vestido de nazareno de la Amargura- estableció la tan conocida distinción entre el caló, la caló, los calores y las calores.

Mal de muchos, consuelo de todos (que no de tontos, que es mucho el desconsuelo de padecer solo). Dicen que los últimos octubres han sido los más calurosos en la Tierra desde que se iniciaron los registros de temperatura en 1880. Dicen también que este ha sido el más caluroso en Sevilla desde 1958. Por lo que se ve, mientras en Roma se enterraba a Pío XII y aquí se celebraba su funeral en la entonces parroquia y hoy museo a tiempo completo e iglesia a reducido tiempo parcial del Divino Salvador, en Sevilla se sudaba la gota gorda.

Del cambio climático no se hablaba entonces, solo de la pertinaz sequía (cosa por otra parte muy actual: sufrimos la mayor escasez de agua en 25 años). Hoy, tan lejano aquel 1958, cuando tanto se habla del cambio climático y tan poco se hace, el otoño sevillano es otra nostalgia de una hermosura perdida, como La Española, el Coliseo, el mercado de la Encarnación, Casa Marciano, el San Fernando, Pascual Lázaro, el Lloréns o los adoquines de Gerena.

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