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La lluvia en Sevilla

Oda al bambito

El bambito invoca la alegría desde cuerpos de mujeres de todas las edades y hechuras

Habrá quien sienta tentaciones de tachar de costumbrista esta alabanza que dedico al bambito, esa prenda femenina, veraniega y colorista. Yo, sin embargo, sostengo que las batas frescas o bambitos no son sólo nuestro traje regional más sincero, sino también el culmen del prêt-à-porter de barrio, y que ajolá Inditex no lo sepa nunca ni Rosalía se embuta en uno de Versace, pues parte de su gracia y gloria estriba en que aún no han sido maldecidas por la moda. Las batitas de verano, si no se improvisan en casa con algún retal, se compran en los mercadillos y en las tiendas del barrio que sacan a la acera su mercancía fauvista, y hermosean a las señoras que las lucen y a los cordeles donde flotan vaporosas.

El bambito es una prenda anfibia. Iba a decir intersticial, pero me da cosa. Es para estar en casa, por lo que tiene cierto aire, si no lencero, sí de camisoncito; pero es también para hacer mandados, por lo que son imprescindibles los bolsillos. Hay quien loa el invierno porque, si hace frío, te abrigas. En cambio, yo amo el verano porque, conforme sales de la cama, te dejas caer sobre el cuerpo ese peplo y vas como una diosa. Porque esa es otra: el bambito da poderío. Iba a decir que empodera, pero me da cosa. Es ponértelo y hacerte dueña de la casa y de las macetas, y sentirse afanosa, y pisar fuerte la calle, y reconocer en tus vecinas a las mujeres que pintara, más que Julio Romero de Torres, el exótico Gauguin. Y aquí viene otro asunto que me encanta: las batas de verano son sensuales. Iba a decir erotizantes, pero me da cosa. Con las sandalias con su poquita de cuña, triunfas en el mercado (donde, además, sirve como ropa de camuflaje; en la plaza de abastos, las señoras con bambitos frutales son auténticas camaleonas). Son de una tela fina, que cae en el cuerpo a su amor. Si abotonada por delante, permite interesantes aberturas a voluntad de la usuaria. Además, se lava de un agua y se seca de un soplo. (No diré que es sostenible, pero lo es). Pero quizá lo que más me gusta, es que invoca la alegría desde cuerpos de mujeres de todas las edades y hechuras. Iba a decir -venga, lo digo, agárrense- que es transversal y antiheteronormativa. Por último, se trata de una prenda que, como vive ajena a la moda, no se pasa nunca y -esto es un misterio- dura más que un martillo metido en manteca. Mi madre tiene las mismas batas desde que la conozco. Y le sientan de escándalo.

Como no podía ser de otra manera, las batitas de verano son mi básico (se dice así) de cada día. Customizadas (se vuelve a decir así) a mi gusto, que es ora minifaldero, ora con botones, ora con volantito en las tirantas, ora con cinturilla... Que nunca se pongan de moda, y que siempre sean la ropa de casa y calle de las gloriosas mujeres de los barrios de Sevilla.

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