Ómicron

Desde que surgió la pandemia, hemos podido comprobar que hay una intensa pulsión autoritaria

Según algunas hipótesis, la letra griega ómicron -que es casi idéntica a nuestra O mayúscula- procede del signo del alfabeto fenicio que a su vez provenía del jeroglífico egipcio que representaba un ojo humano. Si es así -aunque esta teoría es demasiado bonita para ser cierta-, la letra que identifica la nueva variante de la Covid tendría su origen en un ojo. Y tal como van las cosas -en un mundo que cada vez parece más obsesionado con introducir limitaciones a nuestra libertad de movimientos- no parece casual que ese ojo de la letra griega se convierta en el ojo panóptico que todo lo ve y que todo lo controla, igual que el ojo del Gran Hermano en la novela de Orwell.

Desde que surgió la pandemia hace casi dos años, hemos podido comprobar que hay una intensa pulsión autoritaria en determinadas élites políticas que parecen empeñadas en imponernos toda clase de limitaciones a nuestra libertad. Y con la excusa de preservar nuestra salud y la salud de nuestros conciudadanos, estas élites no desaprovechan la oportunidad de someternos y vigilarnos, recordándonos que hay un ojo infatigable que está dispuesto a castigar cualquier desviación de la norma o cualquier iniciativa individual que contradiga las imposiciones del poder. El asunto es peliagudo, porque aquí se plantea el viejo dilema entre libertad y seguridad. ¿Cuál debe prevalecer? ¿Y hasta qué límites? ¿Se puede imponer la vacuna obligatoria a los ciudadanos que se nieguen a vacunarse? ¿Y qué se puede hacer con los que se nieguen a vacunarse? ¿Multarlos? ¿Encerrarlos? ¿Meterlos en la cárcel? Que conste que estoy vacunado y que defiendo con toda mi alma la eficacia y la necesidad de las vacunas, pero ¿es lícito vacunar a alguien que se niega a vacunarse? ¿Se le puede obligar bajo amenaza de sanción? Se mire como se mire, se trata de una cuestión moral muy compleja. La persona no vacunada está poniendo en riesgo la salud colectiva, claro está. Pero ¿qué pasa con su derecho a tener miedo? ¿Qué pasa con su libertad?

No es una cuestión menor. El poder político actúa como una fuerza física que va adquiriendo masa y densidad a medida que crece, y la lucha contra el Covid se ha convertido en la excusa perfecta para crear un poder omnímodo que triture las libertades de los ciudadanos. Y todo eso da miedo, mucho miedo, tanto como los peores efectos del contagio del Covid.

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