La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
El Partido Popular ha organizado una gran campaña nacional contra Alberto Garzón, aprovechando la habitual torpeza del ministro de Consumo y manipulando el sentido exacto de sus palabras en un periódico británico sobre el sector ganadero español. Les viene especialmente bien en vísperas de las elecciones castellanoleonesas de febrero (en Salamanca, por ejemplo, hay más vacas que en ninguna otra provincia de España). Piden los populares que dimita el ministro o, en su defecto, que lo destituya Sánchez: es la mejor iniciativa para garantizar que Garzón siga de ministro. Que la oposición furibunda exija la dimisión o el cese lo blinda un buen rato.
Como cuando defendió que un menú más saludable implicaría comer menos carne, alertó con una campaña lamentable contra el sexismo en la juguetería o limitó moderadamente la publicidad del juego, Garzón no ha cometido ninguna barbaridad al denunciar no a la ganadería extensiva, que es la mayoritaria, sino a la intensiva, a esas macrogranjas que contaminan, maltratan a los animales y producen una carne de peor calidad (y también dan trabajo en la España vaciada).
El problema de Garzón no son sus ideas ecologistas, sino que las exprese en un medio de comunicación de referencia en un país cuyas fuerzas vivas están interesadas permanentemente en dañar a sus competidores españoles, sea en la carne o en el turismo. Y el gran problema de Garzón es que no acaba de enterarse de lo que es ser ministro, que sigue siendo sobre todo un activista y un agitador y cree que puede hacer compatibles su vocación de siempre y su trabajo actual.
Y no puede. Una vez eres ministro, tienes que dejar en casa la pancarta y gestionar lo que te corresponda con los medios que te dan (siempre resultan escasos). ¿Que las macrogranjas son un desastre medioambiental? Pues ciérralas si legalmente puedes hacerlo o convence al resto del Gobierno de que apruebe una ley que permita cerrarlas. Y si no lo consigues o no te atreves a enfrentarte a los empresarios que perderán esas granjas o a los trabajadores que perderán esos empleos, pues dimite y vete a tu casa, en el caso de que te sea insoportable convivir con el desastre. Total, ya llevas medida vida dedicado a la política y no sé cuántos años viviendo de ella. Mereces un descanso.
Un ministro está para gestionar, no para protestar, moralizar o indignarse.
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