El Poliedro
Tacho Rufino
¡No hija, no!
Sevilla/Los elogios en las redes sociales están muy devaluados. Elon Musk debería cobrar cinco céntimos de euro por cada vez que redactamos un tuit de loa a alguien después de que haya contado que ha tomado una decisión importante en su vida (dejar la empresa, abandonar el hogar o comprarse una vivienda) o nos haya deleitado con la revelación de un pasaje de su vida cotidiana (una lluvia sufrida tras tender la colada, siete prendas descambiadas el 7 de enero o un suspenso en la ITV), una narración de episodios absolutamente prescindible, sobre todo cuando su difusión se convierte en una costumbre. La degradación de la vida pública incluye la de la exhibición del comentario laudatorio. Con una tarifa simbólica se limpiaría el ambiente de agradaores. Es cierto que las redes son fosas sépticas, pero también foros donde el almíbar se desborda muchas veces de forma ridícula. Somos borregos para balar en un sentido o en el contrario con toda naturalidad. Despellejamos o encumbramos sin sentido de la medida. La búsqueda del diferente, del que se distingue con su silencio o del que se desmarca de otra forma, es el desafío ante las ceremonias de agitación de palmas o de crucifixiones. Al final la explicación suele ser sencilla: nadie quiere quedarse fuera del rebaño ya sea para lapidar o para sacar en hombros al que sea. Si me tocara contratar a alguien desconfiaría de los elogiadores profesionales y de los locutores de sus vidas. También dicen los expertos en recursos humanos que hay que evitar a quienes no tienen cuentas en las redes sociales, porque generan desconfianza en una sociedad como la actual.
Con solo cinco céntimos mediríamos mucho mejor el elogio, seríamos más cuidadosos. En el fondo es la regla de valoración que siempre ha funcionado: el elogio suele ser tan gratuito como interesado, por lo que conviene poner distancia espiritual con sus emisores. En Sevilla hay verdaderos expertos en lanzar lluvias de pétalos a los recién llegados a un cargo y que se vea cómo sacan medio cuerpo por el balcón hasta dejar vacío el cesto de las flores. El verdadero elogio en esta ciudad siempre es el silencio, cuando todos están esperando que resbales, pero no ocurre ningún incidente. Ahí, en esos que se quedan mudos cuando pasaban por ser tus leales, esos supuestos amigos ciertos en la hora incierta, está el verdadero y más genuino reconocimiento. Y ese silencio, pura esencia de Sevilla, es el perfecto retrato del que se hace el mudo mientras se cuece en su jugo. Larga por detrás, calla por delante y elogia gratis en el pelotón de los babosos. Con los cinco céntimos, todos callados.
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