COMO las magdalenas de Proust. Un pequeño atisbo porta todo un universo simbólico. Te asalta y con él, todas las etapas de tu vida al tiempo. La transmisión es frágil, muy frágil. Una explicación, una mirada, una palabra que te explique el universo recibido y donado. Esta tarde, los niños de la Borriquita recibirán la luz de la Entrada en Jerusalén, en el día del sol por dentro. La Hermandad, seria en su naturalidad. Singular en su carisma, de un "negro muy especial" como solía llamarla don Santiago Montoto… supo ver que el abrazo a los hermanos de blanco era el vínculo para descubrir el tránsito a la madurez del esparto y ruán. En los tramos de blanco, muchos fuimos lo que ahora creemos. En los tramos de blanco -no perdidos del todo- aprendimos a abrazar la vida. Inicialmente, que la Cruz del Amor es signo de perfecta alegría y no de muerte. Pronto se nos hacía familiar el semblante del Crucificado, del que nos enseñaron pronto su nombre… "se llama del Amor y es tu Cristo". En esa otra estación que forman las miradas prendidas en Él, como nazareno de su tramo, me quedo con dos. La mirada clavada de los hermanos de edad avanzada, cordón gastado discretamente solapado. Humedecidos sus ojos por tantas plegarias o por tantos nombres que el Amor de Dios cobija. O la de los cansados hermanos de blanco, asombrados por el Cristo Crucificado al que -algún día- acompañarán en la confirmación de la fe recibida.

Luego crecimos en las travesías inciertas de la vida, con aquella mirada clavada en Él, que sabes nunca te abandonaría. Y Él pasaba, como pasaba el Nazareno por los bordes del camino. E intuías que Dios es Amor que pasa y se para. Olivo y Judea. Palmas y Cruz. ¿No está ahí todo el anuncio de nuestra Fe? Esta noche, muchos hermanos de blanco, saben -sin saberlo del todo- que su preciosa existencia está llamada a ser luz. Por eso, la Hermandad se la entrega.

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