Patriotismos sin nacionalistas

Menos mal que de Europa llegan serios avisos: el nacionalismo es el peligroso fantasma que de nuevo acecha

En los últimos meses han sido evidentes los traspiés políticos de Emmanuel Macron, con momentos de serio desconcierto. Su ambicioso proyecto parecía paralizado, dadas las voces disidentes con su manera de gobernar, incluidas significativas dimisiones ministeriales. Pero esos problemas no han limitado su visión europeísta ni su capacidad para formular un discurso teórico que señale el mayor peligro actual. Con buen olfato político, no gastó en salvas retóricas la oportunidad de la ceremonia conmemorativa del final, en 1918, de la guerra. Utilizó la presencia de 80 jefes de Estado para señalar que las causas de aquella hecatombe -que hizo sucumbir en las trincheras a millones de "sonámbulos"- eran las mismas que ahora amenazaban de nuevo la convivencia europea y mundial. Para él, los sentimientos promotores de aquel desastre eran los mismos que, en las presentes circunstancias, hacen aflorar y manipulan ciertos gobernantes y políticos, dentro y fuera de Europa.

Pero consciente también del papel que desempeñan esos sentimientos y emociones, Macron supo buscar y alentar, en su discurso, una salida para que los europeos los expresen sin necesidad de inventarse banderas y enemigos a los que odiar y eliminar, como en 1914. Un patriotismo no nacionalista fue su propuesta, lo cual reclama reflexión y debate sobre sus posibilidades y características. Como era previsible, entre los políticos españoles sus palabras no han obtenido ningún eco, aunque el nacionalismo sea el mayor problema del país y, lo que es peor, sin previsiones de arreglo. Ninguna reacción cabía esperar de lo que Félix Ovejero ha llamado, con certeza, la "izquierda reaccionaria", es decir, aquella que busca enmascarar favorablemente al nacionalismo para pactar y alcanzar cotas de poder gracias a sus alianzas. Tampoco ha rechistado el partido en el Gobierno, empecinado con oportunista cautela en transigir y apaciguar tensiones. Y obligado, además, a disimular que cada concesión formal supone un pase de favor que da nuevos aires al nacionalismo catalán. Para colmo de males, desde esos centros de poder no sólo se evita cualquier reflexión sobre el riesgo nacionalista vasco y catalán, también se ha interiorizado un esperpéntico y automático mecanismo: estigmatizar cualquiera muestra de patriotismo español, como un gesto anacrónico -y exclusivo de la extrema derecha- del que hay que avergonzarse. Menos mal que de Europa llegan meditados y serios avisos: el nacionalismo es el peligroso fantasma que de nuevo se prepara y acecha.

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