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Paulina, malas lenguas

NO hay nada más en las antípodas del saber estar y del saber aparecer que el vociferío y sobre todo el insulto hacia el de enfrente o, peor aún, hacia el ausente. Los espectadores se han acostumbrado a las broncas mediáticas y algunos creen que en la vida normal también han de prevalecer las respuestas airadas y las palabras vestidas de sinceridad y camufladas de reproche. Lo normal no son los diálogos de un reality, ni las acusaciones con dedo índice y boca saliente que acogen los programas de conflictos o las páginas más agrias de la política o del corazón. Ni normal, ni aconsejable. Mucho personal se ha acostumbrado a brujulear con malas formas y artes en la vida mundana y en su traslación virtual de las redes sociales creyendo que "lo habitual", "lo que se impone", es la mala cara, la palabra gruesa, el porque sí y el empaque ácido: el estilo de impostada franqueza de los contertulios de programas tipo Sálvame.

La diplomacia, el decoro y la contención suelen ser mejores compañeros de viaje dialéctico para al menos no avivar los incendios cotidianos, salvo que se actúe en casos de 'legítima defensa'. Y ni aún así la ordinariez cruda es muy recomendable.

Casos recientes como el proceso de divorcio de Paulina Rubio y Colate Vallejo-Nájera (por señalar un caso) revelan que la escalada de palabras hirientes no hace sino agrandar las heridas y dejar en mal lugar a cada uno de los 'contendientes'. Coleccionar desaires y airear miserias sólo conduce a empozoñar la capa de ozono, a agrietar el corazón de uno mismo y a amasar el rechazo de los demás.

Una acertada expresión que viene al caso habla de la anatomía más hiriente que tenemos: aunque la lengua sea sólo un músculo puede ser tan dura y afilada como el peor de los cuchillos.

Con la lengua, con una mala palabra, con una desafortunada expresión, siempre prescindibles, podemos hacer más daño que con un objeto contundente. Siempre hay que cuidar lo que decimos, pensando en que nunca merece la pena seguir el rastro de los de Mujeres y hombres y viceversa. Más de un famoso en proceso de divorcio o en escalada hacia la fama opaca debería prescindir de esas frases que terminan siendo titulares de portada de un maldito día.

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