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Pérdida de fe

Cuando oigo a los talibanes indicando que no se vengarán de nadie mi fe en ello es muy escasa

Latierra no es plana. Walt Disney no está congelado en espera de resurrección. Elvis Presley murió hace décadas y no se ha reencarnado en ningún imitador de pacotilla. En las vacunas no hay ningún microchip oculto para controlar nuestros pensamientos e intenciones de compra y voto. Todas estas afirmaciones forman parte de mis creencias más consolidadas, aunque hay cierta parte de la humanidad que estaría dispuesta a refutarlas en base a otras creencias lunares, venusianas o por influjo de fuerzas radicalmente marcianas.

Cada vez que una empresa de servicios, de cualquier tipo, y sobre las cuatro de la tarde, me ofrece mejorar las prestaciones que tengo en un contrato de la competencia, y por supuesto a mejor precio, sea cual fuere lo que pago en la actualidad, mi cauta respuesta es que me envíen por escrito esas condiciones y yo, amablemente, las estudiaré, examinaré y daré una respuesta, si es posible no por teléfono, sea este fijo o móvil. En estos casos, por oposición a los anteriores, les confieso que mi fe es menor. Mi desconfianza se basa en la experiencia de años escuchando a todos los gobiernos proclamar que los consumidores y usuarios se verán beneficiados por cualquier decisión que afecte al mercado.

Cuando, cumpliendo mi derecho ciudadano, deposito mi voto en la urna para elegir a mi alcalde o diputado autonómico o nacional, les confieso que tengo bastante seguridad en que mi voto tan sólo servirá para engrosar las arcas del partido elegido (por cada representante elegido reciben una cantidad económica que puede consultarse en el BOE), pero no para que los elegidos por mi voto cumplan lo prometido o anunciado en la campaña electoral de turno. Resultará luego que lo que se puede hacer, o no, dependerá de poderes superiores; sean estos autonómicos, estatales, europeos, del banco mundial, o con bastante probabilidad de los más guapos y guapas del cotarro. Y, como sabemos muy bien Andalucía, esos y esas son los chicarrones y chicarronas del norte y los ciutadans y ciutadanes del noreste.

Terminando este descenso a los infiernos del descrédito, o particular pérdida de fe, les aseguro que cuando oigo las declaraciones de los talibanes indicando que no se vengarán de nadie mi fe en ellas es muy escasa. Y, pues el infierno tiene hasta nueve círculos, mi confianza en los líderes mundiales al proclamar que ayudarán a los civiles afganos es casi nula. Yo me pregunto: ¿Quién vendió las armas y financió al ejército talibán? ¿Quién nos miente? Vale.

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