La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
Carles Puigdemont se acerca. Se acerca a la desaparición, quiero decir. Al abandono y la soledad. El Estado democrático lo ha derrotado en toda regla y los suyos lo están dejando por imposible. Pronto no quedarán más "suyos" que los que le deben fidelidad personal por haberles proporcionado un escaño de diputado autonómico. Dos de cada tres integrantes del grupo parlamentario que perdió las elecciones frente a Ciudadanos. Nadie más.
Parece que todo está igual que hace una semana, pero está peor. La coordinadora general del PDeCAT -su partido, ¿o ex partido?- apostó el jueves en La Vanguardia por un Govern "estable dentro de la legalidad" y lo más pronto posible, aunque concedió que Puigdemont es el único que puede plantear un candidato alternativo. No se atreven a rematarlo, pretenden que se haga el harakiriy designe un sucesor, o sucesora, viable, que recupere la Generalitat y restaure el Estatut que el Fantasma de Waterloo dinamitó declarando, unos minutillos, la república virtual.
Es la primera vez que la máxima autoridad orgánica de los antiguos convergentes -una vez Artur Mas se quitó de enmedio- asume que es más importante salir del 155 y conquistar el Gobierno catalán que reponer a Puigdemont en su sillón. Lo mismo que vienen proclamando los cobardicas de Esquerra Republicana de Catalunya (en realidad, ellos podrían haber evitado la prolongación de esta crisis si se hubieran plantado: o el PDeCAT propone otro candidato legalmente posible o no lo apoyamos y no sale adelante).
Precisamente esta semana el republicano Roger Torrent, presidente del Parlamento autonómico, ha puesto otro clavo en el ataúd de la investidura de Puigdemont, al aparcar la tramitación de dos iniciativas parlamentarias de sus seguidores, una de ellas encaminada a permitir la insólita elección no presencial del prófugo y su abracadabrante gobernación telemática. El hombre ha hecho saber así que él no piensa ir a la cárcel por Puigdemont, que es lo que seguramente le ocurriría en cuanto el Tribunal Constitucional suspendiera el cambio legal pretendido. Estuvo una gélida mañana visitando a su jefe Junqueras en Estremera y reforzó su convicción: a mí no me va a pasar esto.
Otro gran logro de Puigedmont es que, a raíz de estos últimos acontecimientos, ha dividido al brazo ciudadano del procès. ANC y Òmnium ya no apoyan lo mismo.
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