César romero

Escritor

Réquiem por Haití

La pena cansa, y cansa pronto. Pero es que Haití está ya más allá de la pena

Alguien recuerda que a mediados de agosto hubo un terremoto en Haití? Un terremoto de 7,2 grados en la escala de Richter que ha causado más de 2200 muertos. ¡Más de dos mil doscientos muertos! Casi la misma cifra de víctimas del 11-S, once veces más que las provocadas por el atentado del 11-M, unas veinticinco veces más que las ocasionadas por el de Niza en 2016. ¿Seguimos? Conocemos al detalle el número de personas que han traído las Fuerzas Armadas españolas desde Kabul (paradójicamente similar), hemos sido informados hasta la saciedad de sus escalas en Dubái, de las medallas autoimpuestas por el Gobierno a su gestión y las absurdas y extemporáneas críticas de la oposición a algo poco criticable, han brotado en veinte días más afganólogos -como los llamó aquí, con acerada ironía, Eduardo Jordá- que caracoles en el mayo sevillano, afganólogos capaces de explicarnos con su ignorante soberbia lo que pasa y pasará en tan lejano país. Pero ¿alguien se acuerda de Haití?

Igual que hay personas que parecen gafadas por un mal fario de nacimiento, y todos hemos conocido u oído hablar de alguna, personas que incluso asumen con resignación su malhadado destino y aun ponen buena cara a su tormentosa vida, parece que hay pueblos condenados a los desastres naturales, la pobreza subsiguiente y, aún peor, la falta de interés de sus congéneres. Así como al sablista simpático, al truhan que nos arruina mientras nos hace sonreír, nadie le pone tierra de por medio, sólo cuando nos ha desplumado, del desgraciado todos rehuimos. La pena cansa, y cansa pronto. Pero es que Haití está ya más allá de la pena. Si recordamos la conocida disyuntiva de Faulkner, entre la pena y la nada Haití parece no estar en la pena del resto del mundo sino en la nada. En la más absoluta nada, en el vacío del desinterés, del mirar a otro lado. Ni siquiera merecen las migajas de nuestra caridad o, su nombre laico, nuestra solidaridad. Ni siquiera el letargo informativo que antes traía agosto ha servido para poner a los haitianos, durante unos días, en el foco de los noticiarios. Surgieron Afganistán y los talibanes (ay, cuánto periodista y afganólogo deberían leer el dardo en la palabra que escribiera Lázaro Carreter a propósito de si se debe decir, en español, los talibán o los talibanes) y de Haití ya nadie se acuerda.

Forges se lamentó en más de una ocasión de este olvido, a raíz del terremoto de 2010, y, como hiciera el célebre Catón el Viejo al terminar sus discursos con las mismas palabras, apostrofó sus viñetas, durante años, con la frase "pero no te olvides de Haití". Ahora ningún Forges recordará que en este agosto de 2021 otro terremoto ha arrasado a los desgraciados haitianos. Hasta el próximo seísmo, o huracán, o cualquier otra calamidad natural, se mantendrán en la nada. Y eso si, con suerte, el siguiente no coincide con la toma de Singapur y los vuelve a dejar en su permanente nada.

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