jULIÁN AGUILAR GARCÍA

Abogado

Ridículo en el Aeropuerto

El undécimo mandamiento (hay otros) se puede enunciar como "no facturar equipaje"

Profeso una religión un tanto particular. El undécimo mandamiento (hay otros) se puede enunciar como "no facturar equipaje". Pese a ello en poco tiempo he aterrizado tres veces en Sevilla habiendo facturado maletas. También este precepto lo conculco en ocasiones, muy a mi pesar.

Uno llega por fin a Sevilla. Al cabo de unos minutos, en ocasiones bastantes en función de si el personal de tierra consigue o no traer la escalera hasta el avión o de si el autobús -vulgo jardinera- llega o no llega, por fin se abren las puertas de la lata con alas en que en general se aterriza en nuestra ciudad. Los pasajeros asardinados conseguimos erguirnos, poco a poco y no sin esfuerzo, que articulaciones y músculos ya no son lo que fueron. A una distancia no sólo insegura sino incluso impúdica del pasajero que nos precede y del que nos sigue, nos arrastramos por el pasillo hasta poder salir al aire (rara vez a la pasarela que idealmente conectaría el avión con el edificio de la terminal, es lo que tiene viajar supuestamente barato). Bajamos al asfalto del aeródromo y nos metemos en el autobús. Setenta u ochenta personas de pie, oyendo como la megafonía te pide que mantengas la distancia de seguridad mientras intentas no reírte demasiado alto. Al salir del autobús, una carrerita hasta la puerta de la terminal, tonto el que no intente ser el primero. Cola para, si es el caso, control de pasaportes. Unos policías nacionales aburridos desarrollan su función al ritmo que pueden, con el entusiasmo e interés que ya seguro ustedes imaginan. Laus Deo, ahora tenemos máquinas que leen el pasaporte y se supone que permiten avanzar mucho más rápido. Y llegamos a la zona de recogida de equipajes facturados. Que merece un párrafo aparte.

De media, una hora esperando la maleta en estas tres ocasiones. Muchos minutos sin que salga ninguna, supongo que se prioriza embarcar las de los vuelos que despegan y a los pasajeros que aterrizan que les den pomada. Por fin la cinta gira. Nos ilusionamos. Pero no, da vueltas por deporte, sin equipaje encima o con algún bulto proveniente de un vuelo del que los pasajeros no han llegado aún a poder recoger las valijas. Porque una de las originalidades de nuestro aeropuerto es que en ocasiones salen antes las maletas de un vuelo que ha llegado más tarde que el nuestro.

Por fin empiezan a cargar maletas en la cinta transportadora. Los operarios deben padecer arritmia porque lo mismo (no exagero) aparece una cada par de minutos que lo hacen agolpándose. Las maletas se caen al suelo y algún pasajero las recoloca. Se atasca la cinta. El orondo guardia civil con buena voluntad se sube arriesgando un verde culazo (que la gente secretamente anhela) para abrir el dique de equipaje y que fluya nuevamente la cinta. Mientras, no se puede usar el baño porque aprovechan para limpiarlo justo en los ratitos en que llegan vuelos. Unos británicos aún sobrios empiezan a corear "Sevilla tiene un color especial". Color de bochornoso ridículo.

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