Pisando área

Jesús Alba

jalba@diariodesevilla.es

Romero fresco

Entre lo salvaje y lo aromático, entre lo mágico y lo místico, el hechizo de Isaac ilumina a un Sevilla que estaba a oscuras

Isaac Romero celebra uno de sus primeros goles en el Sevilla.

Isaac Romero celebra uno de sus primeros goles en el Sevilla. / AFP7

POTENCIA la suya que nace entre lo salvaje y lo aromático, entre la mística y el hechizo que recorre la tradición gitana. Protección divina y buena suerte, quien recibe ese regalo sin par estará obligado a aceptarlo si no quiere desafiar al castigo del destino. Es una planta singular. De agua quiere la justa. Por eso donde mejor crece es en el campo, libre. Quien trata de adularla, sin duda acabará perdiéndola. El de pueblo entiende todos sus secretos, los que están a la vista de todos y también los ocultos.

Propiedades milenarias, su presencia en nuestros caminos y senderos es un vestigio del Mediterráneo más mágico. Potenciador culinario como pocos, ojo con rechazarlo o pasar de largo sin coger una ramita o simplemente desparramar la mano para impregnarla de su potente y penetrante fragancia.

Al Sevilla le ha sido regalado y la suerte le ha cambiado. De los campos de Lebrija, en esa frontera que no se sabe si es el final de Sevilla o el principio de Cádiz, la frescura del habla andaluza muestra la franqueza más transparente de la vida. Trabajo y más trabajo, manos encalladas y la pureza de la gente que le echa mano a.

Uno se acuerda de aquel asomarse al brocal del pozo de dos románticos de los que ya no hay como Cardo y Wallace. De su tirar de braceros de pueblo salieron los Francisco, Serna, Jiménez, Ramón, Nando, Rafa Paz, Choya y tantos y tantos otros. Gente que se grababa a fuego el escudo y el cariño de la grada y que veía un regalo de la vida poder disfrutar del fútbol en uno de los equipos de la tierra.

Con su nombre bíblico y como el que regala la esencia de romero, Isaac trajo el maná, pero amenaza con traer las siete plagas a aquel que ose reírse de él. De momento ha sacado los colores a unos cuantos encorbatados y a algún engominado. La cláusula es lo de menos. Lumbreras (como el que jugó en la Real de los ochenta) fue el señorito de ciudad que lo puso en el escaparate a seis meses de entrar en su último año de contrato. Suerte que dieron con gente de palabra. O eso parece.

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