Javier Compás

Ruido, demasiado ruido

08 de junio 2023 - 01:45

Lo canta Sabina y lo cantan, en un magnífico homenaje al de Úbeda, Fito y Fitipaldis con Coque Malla en una colaboración llena de ritmo: “…y al final números rojos en la cuenta del olvido, y hubo tanto ruido que al final llegó el final… mucho, mucho ruido…”. Pensaba en ello cenando la otra noche en uno de esos gastrobares que nacieron con mucho empuje y que hoy luce un tanto descuidado, con necesidad de darle un repaso a las ajadas instalaciones. Pero esto no es el caso, lo que más me importaba era el ruido, las conversaciones altas sobredimensionadas con la mala acústica del local.

Reflexionaba sobre si los sevillanos somos especialmente ruidosos o es que cada vez la gente tiene menos educación, la media allí de edad no creo que llegara a los cuarenta. Un poco de las dos cosas quizás. Lo de la educación lo vemos a diario en múltiples detalles, como el que casi nadie ponga el intermitente en su coche al girar o que no se le ceda el asiento a una persona mayor o a una embarazada en el autobús.

La cosa no va solo de bares. Conozco un parque, un bosquecillo que medio se taló cuando se le enajenó al colegio al que pertenecía para abrirlo al público, donde se instalaron recreativos para los niños y aparatos gimnásticos de esos para la tercera edad, ni infantes ni mayores se ven nunca por allí disfrutando de sus instalaciones porque ese parque está colonizado por una serie de dueños de perros que montan su tertulia diaria, mientras sus canes corren sueltos y hacen sus necesidades donde los niños podrían jugar y los mayores mantenerse en forma. Los peluditos como llama un cursi a los perros, que me dijo que “teníamos que buscar la convivencia armoniosa entre peluditos y humanos”, no paran de ladrar mañana y tarde, sin que ninguna autoridad municipal haya hecho en años lo más mínimo a pesar de las denuncias vecinales. Lo peor del caso es que a 400 metros hay un parque para perros, pero en el cartel que lo anuncia a la puerta, alguien ha escrito con rotulador: “Está muy lejos”. Es lo que hay.

Volvamos al restaurante. ¿Han visto ustedes esas películas neoyorquinas o francesas donde salen restaurantes con luces tenues que invitan a la conversación sin alterar la voz? Quizás el tema de la iluminación sea importante. Aquí, no sé por qué, los comedores suelen estar mal iluminados, incluso con focos desagradables y deslumbradores (en el peor sentido) que, como esos dibujos animados japoneses, deberían advertir que tal iluminación puede provocar ataques epilépticos. Así ocurría en el bar por el que comenzaba esta crónica, luces blancas intensas como de cocina de piso de barrio, desagradables, y tal vez tanta iluminación contribuya a la elevación de las voces, entrando en disputa una mesa con otra.

Lo vivo hasta en algunas de las catas de vinos y tapas que dirijo, y eso que estos grupos son bastante limitados, no más de quince personas. El tono va subiendo hasta que aquello se convierte en un guirigay, donde lo más sensato es abreviar y despedir el acto lo antes posible.

Coches, sirenas, sopladores de limpieza, músicas, alguno me dirá que si quiero silencio me vaya a vivir a una casa en una montaña, como el “probe Migué”, ahora la gente tiene esas salidas, sobre todo desde el anonimato de las redes. “Ruido envenenado, demasiado ruido… puro y duro ruido”.

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