Salir del armario

La angustia y la depresión no precisan pretextos ni causas. Somos cuerpo y placer y dolor. Somos frágiles, todos

Alejandro Sanz ha salido del armario. En mi opinión –obviamente, dirán– uno de los más difíciles de abrir, más delicado de compartir, más peligroso de desatrancar. En las redes, esa forma de ventear éxitos personales y de lograr adhesiones inquebrantables, o sea en Twitter, puso el sábado pasado un mensaje que no me resisto a reproducir porque no le sobra una coma: “No estoy bien. No sé si esto sirve de algo, pero quiero decirlo. Estoy triste y cansado. Por si alguien más cree que hay que ser siempre una brisa de mar o un fuego artificial en una noche de verano. Estoy trabajando para que se me pase… llegaré a los escenarios y algo dentro me dirá qué hacer. Pero a veces no quiero ni estar. Literalmente. Sólo por ser sincero. Por no entrar al ruido inútil. Sé que hay gente que se siente así. Si te sirve, yo me siento igual”.

Hay que ser muy valiente para reconocer la flaqueza. Hay que estar muy cuerdo y muy templado para aceptar que los nervios y los ánimos a veces no comparecen, aunque tengas una legión de gente que te quiere, aunque te digan guapo una y cien veces. Aunque tu cuenta corriente no sea exactamente el motivo de tu desfallecimiento. La tristeza es un sentimiento noble que a veces espolea la creación y sobre todo nos acompaña en duelos y en desengaños. Cómo no llorar a los seres queridos. Cómo no lamerse la herida purulenta de una ingratitud. Cómo no reconocer que hay noches de pánico porque la angustia sustituye al sueño reparador. El miedo que aprendimos a domeñar gracias a la literatura y al cine, a Poe y a Lovecraft, a Vestida para matar y a La Semilla del diablo, es un compañero de cama de amplio vestuario. Si de niña daba pánico sacar la mano del borde del colchón o cerrar la cortina del baño al ducharte –maldito Hitchcock– los pánicos van mudando de piel a medida que creces. Cuando la edad te va conduciendo al tanatorio con la misma frecuencia con la que antes andabas por los bares, no se siente tanto el miedo al propio fin –al fin y al cabo somos hijos de la obsolescencia programada– sino a perder a los que tanto quieres. Y a partir de esa orfandad vivir a medio gas, como el que corre una maratón con un tobillo roto. Renqueando. La tristeza acumula razones A veces. Otras, no. La angustia y la depresión no precisan pretextos ni causas. Somos cuerpo y placer y dolor. No hay una frontera entre el espasmo de estómago y la contractura de las ilusiones y el respiro calmado. Somos frágiles, todos, aunque es cierto que la precariedad es doble cuando no hay un Estado (del Bienestar y de Derecho) o un capital que te sirva de paracaídas. Pero hay veces que sólo somos hombres y mujeres solos.

Gracias a Alejandro Sanz porque al enseñar su corazón partío ayuda a consolar el nuestro. Y sale de un armario de candados muy duros de romper.

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