La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El Señor se va sin irse

Allí donde va, se queda. Da igual que sean las de una parroquia, un barrio o un corazón

Saldrá hoy el Señor de la parroquia de Santa Teresa sin irse de ella y volverá a su casa sin dejar los Tres Barrios. Porque el Gran Poder nunca va de visita. Allí donde va, se queda; allí donde le abren las puertas, reside. Da igual que sean las de una parroquia, un barrio o un corazón. Verlo es experimentar la ternura del Dios de los salmos que no rechaza los corazones quebrantados; la compasión del Dios de San Pablo que nos consuela en nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Él hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren; la humildad del Dios que se despojó de su rango pasando por uno de tantos para que nadie pueda sentirlo lejano; la tristeza del Dios más humano -sus ojos, tan tiernamente tristes, emparpitaos de tanto llorar, son el corazón del Gran Poder- que lloró con tanto desconsuelo ante la tumba de su amigo que quienes lo vieron exclamaban ¡cómo lo amaba! Por eso, quien contempla su sagrada imagen ya nunca se separa de él, y él nunca lo abandona.

Toda la fuerza de Dios en su figura, toda la debilidad del Nazareno en su zancada, toda la compasiva ternura de Cristo en su mirada. El Gran Poder llora por nosotros y con nosotros, asume nuestra debilidad para darnos su fuerza, se hace mortal para que nos sepamos eternos, acepta la indignidad de las espinas, las heridas y la cruz para darnos una dignidad que ni todos los poderes del mundo ni todas las injusticias de los hombres pueden arrebatar al más humilde y probado de sus hijos. En el Gran Poder se hace experiencia sensible lo que proclama la antigua liturgia romana -"sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era para salvarnos"- y lo que escribió San Agustín: "Cristo se hizo temporal para que tú seas eterno… Vino a pasar hambre para dar hartura; vino a tener sed para dar de beber; vino a vestirse de hábito de muerte para revestir de inmortalidad; vino de pobre para enriquecer… El Señor tomó la forma de siervo para que el siervo llegase a ser señor… Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios".

¿Demasiadas citas? Quizás. Pero pocas son. Porque salmo, Evangelio y teología esculpidos es el Gran Poder. Lo que tantas lecturas y palabras exigen para expresarse, él lo dice con su sola presencia. Y todos, y los primeros los últimos, lo comprenden sólo con verlo. Este es su don. Nunca dará Sevilla suficientes gracias a Dios por tenerlo.

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