La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
El corazón es vulnerable por el oído. Aquellas canciones que llegaste a amar en los tiempos del asombro, los del descubrimiento y la formación del criterio, pueden con el tiempo hacerte daño, si alguien saca de pronto del arcón de la memoria grabaciones con alto riesgo sentimental. Los rosebud sonoros pueden darte la noche si de repente te asaltan desde la radio en la mesilla: pero en vez del trineo de la infancia perdida de Ciudadano Kane, nos roban la madrugada los acordes de, por ejemplo, Cry for no one y la voz del mejor McCartney. Y bajonazo. No sé si los que tememos a la música debemos hacérnoslo mirar, o si no son más que unos pocos de brutos los que pueden consumir en cualquier momento canciones de Sinatra, Gardel, Concha Piquer, Hendrix, Dylan, Lucio Dalla o Leonard Cohen.
Como todo pasa y -no sé yo- todo queda, Joan Manuel Serrat ha anunciado que va a jubilarse. Él es quizá el más nítido exponente de una figura amada por casi todos, una voz miles de veces oída, y alguna vez perpetrada como aficionado. Desde hace mucho, cada vez que Serrat surge de algún dispositivo alrededor me hace saltar a por el mando, desenchufar o bajar el volumen. De diván. Cuidado con la música que tanto quisiste. Hoy puede ser un gran día.
Un frío seco de la sierra, un sol viejo y la caravana de forasteros me coinciden en el Día de la Constitución, Ley máxima y general, de la que tanto se habla ahora. ¿No parece que la renegación de la carta magna y la Transición son los nuevos opios del pueblo, o uno de ellos, o al menos una arguila de cannabis con cuyo humo nos anestesia el almuerzo un político menor y un noticiero que suele traducir la voz de su amo?
En fin: nuestra memoria musical va de la mano de la vida que vivimos, y esto vale tanto para usted como para su padre o su hija. Quienes, año arriba o abajo, nacimos y nos criamos y maduramos -no del todo aún, es de esperarse- con esta Constitución también lo hicimos con Serrat: él significó libertad y optimismo, en aquellos mismos años, largos. Pero el catalán se va por su propio pie, mientras a la Constitución la quieren llevar al cadalso los mercaderes de circunscripción, de las elecciones próximas y del porcentaje. Reitero la idea: ¿por qué lo llaman reforma de la Constitución cuando quieren decir fin de la monarquía e independentismo? ¿Necesitamos más libertad de la que de suyo marca la del 78? Es de mucho temerse que otros sí necesitan matarla para justificarse.
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