Sevilla en los Lumière

Aquella Sevilla, próxima a la Exposición del 29, que construye su nueva imagen con el viejo material historicista

En la Casa de la Provincia, el visitante ocioso tiene oportunidad de contemplar viejas fotografías de Sevilla, coloreadas con la técnica del autocromo, que se corresponden con la ciudad del año 14, cuando Europa se dirige ya, como sonámbula, a una devastación mecánica y desconocida. La técnica del autocromo, de reciente invención, había sido ideada por los hermanos Lumière –de ahí el título de la exposición: Tras la senda de los Lumière en 1903. Las fotos, en todo caso, pertenecen a los Archivos del Planeta, proyecto del banquero francés Albert Kahn, con el que pretendía consignar la variedad del mundo de un modo, digamos, técnicamente exacto.

Por aquellos días, Mata-Hari se daba a conocer como improbable danzarina javanesa. Era marzo de 1905 y Mata-Hari, el Ojo de la Aurora, la desgarbada Margaretha Zelle, ha triunfado en el Museo Guimet con unas danzas brahamánicas que culminan con su desnudo ofrecido en holocausto. El Museo Guimet es obra de un filántropo francés, hijo de un acaudalado fabricante de tintes. El Museo Albert Khan, así como el Archivo del Planeta, son logro del banquero del mismo apellido. En ambos casos, su función era la de acopiar y consignar saberes extraños a la horma occidental. O por mejor decirlo: en ambos casos se trataba de fabricar la horma occidental modelando minuciosamente una imagen del otro, de lo extraño. Imagen que en Guimet pudiéramos llamar de lo Oriental, y que en el museo de Khan pudiéramos archivar bajo el rubro de lo exótico y lo pintoresco, junto a los Tristes trópicos, igualmente científicos, que luego fabuló Levi-Strauss con ingenuo y honesto orientalismo.

Volviendo a la Sevilla de 1914, ese pintoresquismo, retratado con precisión, y con los mayores avances técnicos del siglo, es el que el paseante puede contemplar en toda su pureza. Una pureza en la que aún es posible reconocerse, pero que es hija natural de Voltaire, de Fichte, de Kant, de Herder, del señor de Montesquieu y de un vago didactismo ilustrado. Durante los cuatro años siguientes, serán la Kultur alemana y la Civilisation francesa quienes combatan y fortifiquen sus propios folclorismos. Las imágenes de Sevilla, en todo caso (toros, mantones, arquitectura regionalista, oficios artesanales, el laberinto islámico de las calles...), nos acercan a una Sevilla peculiar e insólita: aquella Sevilla, próxima a la Exposición del 29, que construye su nueva imagen con el viejo material historicista.

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