¡Sevilla, carajo!

Bares como locutorios o quirófanos, con mamparas y cronómetros, platos individuales y aforo mínimo

¡Sevilla, carajo!
¡Sevilla, carajo!

30 de abril 2020 - 02:31

A Borges le ocurre lo mismo que al conde de Romanones, son viejos macutos en los que caben todo tipo de anécdotas, muchas de ellas apócrifas, que suelen retratar una inteligencia brillante y, algunas veces, malévola. Como la que conocimos el otro día gracias a una entrevista que Radio Martíle hizo al escritor cubano Antonio José Ponte, exiliado del paraíso socialista-bananero que tanto sigue gustando por aquí. El cuento más o menos dice así: Borges y Pierre Drieu de la Rochelle disfrutan de un paseo por la amanecida argentina cuando, al fondo, se cruza una tropilla de caballos, ante lo que el porteño exclama: "¡La patria, carajo!". FIN. Sólo una mente especialmente dotada para la literatura, como la de Borges, es capaz de crear una emoción patriótica tan honda sin necesidad de banderas, himnos pretenciosos o retóricas churriguerescas. Apenas le hacen falta unos jamelgos trotando, una nube de polvo que se eleva al cielo de la pampa y un taco sonoro y antiguo. Nada de fanfarria peronista y albiceleste para describir el alma criolla de la Argentina.

Con la ciudad de Sevilla (como con todas, imaginamos) pasa algo parecido. Su verdadera idiosincrasia, pese al habitual bombardeo de poetisos del Casco Antiguo, bardos de arrabal y juglares de distrito, no se encuentra en grandes festividades como el Corpus, soporífera sucesión de autoridades del Antiguo Régimen, o la Feria, divertido jolgorio de usar y tirar que tanto echamos de menos estos días, sino en pequeños detalles y destellos que nos revelan su personalidad. ¿Cuál sería para nosotros esa manada de équidos que muestran de sopetón el alma patria? Imaginamos que cada uno tendrá sus preferencias, pero bien podrían ser esos corros de sapiens que se agrupan delante de los bares a compartir cervezas y algún frugal salazón o platillo de altramuces. Nos los encontramos en todos los barrios, ocupando el compás de tascas de alma franciscana, sin concesión a la vanidad ni a la estética, con el solo adorno de un calendario de la Caja Rural y una foto de alguna devoción del mesonero. Uno los ve, abrevando con sed de bueyes rocieros, y no puede evitar exclamar con orgullo: "¡Sevilla, carajo!".

Valgan estas líneas como elegía. A estas alturas ya sabemos lo que nos queda durante, al menos, los próximos meses. Bares como locutorios o quirófanos, con mamparas y cronómetros, higiénicos platos individuales y aforo mínimo. Nadie duda de la necesidad y oportunidad de dichas medidas, pero tampoco nadie nos puede negar el derecho al duelo, a este artículo que es lamento y relincho gaucho. Habrá que empezar a buscar la patria en otros detalles.

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