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Sevilla, la sana dejadez

EDITOR DE LA 'REVISTA MERCURIO'

Se critica ahora la mugre que presenta la ciudad en muchas calles y recovecos íntimos del centro histórico. El vandalismo humilla los monumentos, como ha pasado con las columnas de la Alameda de Hércules. De la propia Alameda se habla de su nueva degradación (recordemos los años duros de antaño). Cartelajos, pintadas, pavimento sucio, almeces casi podridos, vidrios rotos, grafitos, orines… Admitimos que el antiguo vergel del conde de Barajas está convertido en una porcacha. Pero admítase de igual modo que el paisanaje también forma parte del detritus. No sólo hablamos de los ya entrañables perroflautas o de los ganapanes de turno, sino de cargantes alternativos, falsos activistas culturales, holgazanes, litroneros, jipi-flamenquitos y otras especies que, salvo excepciones, le dan a la Alameda un aire como de vanguardia bufa o, tal vez, de contracultura ridícula y felizmente amortajada. Sin salir de intramuros hallamos por todas partes locales oscuros, de aspecto triste o tanatórico (a algunos nos gusta hacer este recuento de cadáveres en nuestros paseos sin propósito). Muchos comercios han muerto por la pandemia. La ciudad hiede a mugre y a cadáver. Aquí y allá nos topamos con pintadas, garabatos, dibujos obscenos, soflamas del feminismo ultramorado. Los falsos grafitos llenan de manchurrones paredes y persianas metálicas.

Pero, dicho esto, una cosa es la degradación maloliente y otra la sana dejadez de los entornos. En las ciudades nos agrada ver cómo convive su abrigada belleza con alguna que otra muestra de patchwork urbano fuera de tono, ya sean grafitos, desconchones poéticos o pintadas contra el turismo. En Oporto, Cagliari o Estambul hemos visto que la belleza escancia cierta dejadez atrevida para quienes somos melancólicos (o melancohólicos). Queremos limpieza, pero no que las ciudades se conviertan en boutiques ni en cajitas de bombones. Ahora, en Córdoba, se celebra su fiesta de los patios. La cal y las festivas macetas devuelven a los daltónicos el sentido de los colores. No nos gusta tanto mimo. El dédalo del mismo centro de Córdoba responde al modelo de ciudad-relicario que no queremos. Decía el arquitecto Rem Kolhaas que las ciudades son procesos de consolidación. Los cambios obran en el mismo lugar. Las culturas florecen, decrecen, reviven y desaparecen, son saqueadas, invadidas, humilladas y expoliadas, triunfan y renacen, tienen edades de oro y se quedan de pronto en silencio, y todo ocurre en el mismo sitio. Las ciudades son esto mismo, pátinas y pátinas de tiempo. La sana dejadez es sólo una de ellas.

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