Alto y claro

José Antonio Carrizosa

Sindicalismo caduco

SI alguna enseñanza se puede sacar de la casi fracasada jornada de huelga general del pasado miércoles es que los sindicatos han perdido pie en la sociedad. Parapetados desde hace años en estructuras burocráticas más dedicadas a su propia supervivencia que a comprender y atender las necesidades de la clase trabajadora, aparecen hoy como un anacronismo social, con todas las consecuencias -malas- que ello tiene para la salud del sistema democrático. Un anacronismo que quedaba patente en el desolador paisaje de la mañana del 29-S en las calles del centro de Sevilla, donde los piquetes ofrecían una imagen que parecía sacada de una foto de hace 30 años, con cierres de bares y comercios a base de amenazas y chulería y donde las persianas se volvían a abrir una vez que los aguerridos sindicalistas habían abandonado el lugar. Si la huelga general estuvo muy lejos de ser el éxito que luego vendieron los dirigentes de CCOO y UGT fue porque las centrales tienen hoy una desconexión absoluta con los que dicen representar y no fueron capaces de darse cuenta de que ni el ambiente del país estaba para un paro general ni los sindicatos tienen hoy una capacidad de movilización que vaya mucho más allá de los militantes más convencidos y de los que han hecho del sindicalismo una forma de vida. En Andalucía hemos asistido durante las dos últimas décadas a una progresiva pérdida de influencia sindical en la vida laboral y social y sus dirigentes se han ido desdibujando para quedar en poco más que interlocutores necesarios en los procesos de concertación auspiciados por la Junta. Si algo le faltaba a la imagen que proyectaron los sindicatos para terminar de hundirse era que un concejal de IU miembro del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Sevilla se convirtiera en protagonista de la jornada por formar parte de un piquete violento.

El 29-S, definitivamente, no pasará a la historia como el día en que los sindicatos doblegaron al Gobierno o a los empresarios, pero debería ser el comienzo de un periodo de reflexión para encontrar el papel que como organizaciones de trabajadores les corresponde en el arranque de la segunda década del siglo XXI. Ganarían los propios sindicatos y también ganarían, sin duda, toda la sociedad y la calidad de nuestra democracia. Ojalá se pongan a ello.

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