La esquina
José Aguilar
Solipsismo en palacio
LAS policías española y francesa detuvieron ayer en Hendaya a David Pla, presunto responsable del aparato de ETA dedicado al apoyo y control de los presos de la organización terrorista. Culmina de este modo la operación realizada el miércoles por la Guardia Civil en el País Vasco que condujo a la detención de diez personas, entre ellas varios abogados dedicados habitualmente a defender a imputados etarras.
Entre las actividades que se atribuyen a los detenidos gracias a la documentación intervenida al ex número uno de ETA conocido como Thierry destaca la elaboración de datos sobre el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba (concretamente, sobre un restaurante en el que acostumbra, o acostumbraba, a comer), con intenciones no difíciles de deducir, así como informes acerca de una comisaría de la Policía vasca y un militar retirado.
Pero la dedicación de este aparato tiene, ya digo, una significación política mayor que el de informantes para la comisión de atentados. Tres de los abogados detenidos -entre ellos el ex futbolista Sarriegi, con el que se ha solidarizado de inmediato el capitán de la Real Sociedad, el equipo en el que jugó- han venido actuando como comisarios políticos de ETA en las cárceles, con funciones tan propias del ejercicio de la Abogacía como imponer una disciplina férrea a los presos, intermediar en el cobro de extorsiones, captar nuevos militantes de ETA, facilitar la huida de terroristas buscados y servir de correos entre la banda, los encarcelados y su entorno.
El asunto tiene gran importancia en el momento actual. Enormemente debilitada por la acción policial y judicial, sin cobertura política y con la llamada izquierda abertzale cada vez más orientada hacia el fin de la violencia, la única baza que le queda a ETA para seguir hegemonizando este submundo es mantener el control del colectivo de presos. Sin el arrastre familiar y emocional de los 800 etarras presos, la banda no podría ni soñar con que sus consignas fueran atendidas. Por eso trata de controlarlos a través de sus abogados. Por eso Interior los reparte en las cárceles según su grado de ortodoxia o disidencia, y por eso el de estos días ha sido un duro golpe al terrorismo.
Que sea un terrorismo de toga en vez de un terrorismo de capucha y tiro en la nuca poco importa. En 2002 Baltasar Garzón suspendió las actividades de Batasuna y cerró las herriko tabernas. Más tarde, junto a otros jueces, actuó con valentía y firmeza contra los diversos frentes no estrictamente pistoleros de ETA. Su gran mérito fue acabar con la idea de que los terroristas son solamente los que ponen el coche bomba y no los financiadores, propagandistas, alcaldes, violentos de calle... o los que se disfrazan con toga.
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