LA tragedia griega no se juega esta vez en la arena. Se representa en los grandes foros o teatros de fondos de inversión, entidades financieras, bancos, así como en los despachos de Fráncfort, Bruselas y en menor escala Atenas. La agonía de un sistema que no da más de sí. Grecia ha colapsado, lo ha hecho su sistema, lo hacen sus estructuras políticas e institucionales.

Lo hace la calle, cansada, hastiada, desconfiada, pagana de una crisis con larvas todavía más mordientes. Cansancio que acaricia protestas, revueltas, polvorines sociales. Olas de descontento donde algunos han sabido mover las aguas estancadas. Donde algunos, en medio del lodazal y el barro pantanoso saben y pueden mover el juego de voluntades.

Las políticas impuestas de austeridad que han empobrecido a los griegos han acabado generando un bumerán que puede golpear no sólo a griegos, ya lo ha hecho, sino al resto de Europa y significativa a la Europa del Sur. La rescatada de una u otra manera. La que ha visto incrementarse su deuda soberana hasta límites desconocidos en la era del euro. Grecia roza un 180% de su PIB. España acaricia en estos momentos el 100%. Italia un treinta por ciento más que nosotros. Y qué decir de Francia, siempre parapetada y oculta tras la situación de españoles e italianos y donde el foco no se ha proyectado o no se ha querido proyectar.

Los acreedores de Grecia son sobre todo europeos. Esta vez sí, los principales perdedores somos los europeos. Ni americanos, ni árabes, ni asiáticos, o por mejor decir, sus fondos. El bono griego vale lo que vale, prácticamente nada. Y la troika, cual oráculo sempiterno del nuevo Delfos, no se ha cansado en insistir en la mejora y las reformas, así como en los sacrificios. Pero tiene hambre atrasada. Quiere más. Más impuestos, más IVA, más recorte de pensiones, más pago por medicamentos. El polvorín heleno, social y económico, dice basta.

Bruselas, pero también Berlín, no está dispuesta a aliviar la carga de la deuda. Austeridad como remedio. Al precio que sea. Pero Atenas está exhausta de estos cinco años de travesía y adelgazamiento forzado. Han pagado las vehemencias pasadas, pero también las desconfianzas enormes del resto de socios europeos. El pecado original de adoptar un euro cuando todos sabían, ellos también, que su economía no estaba preparada, tampoco predispuesta. Grecia convulsiona. Lo ha hecho en lo económico, lo hace ahora en lo político.

Un fantasma recorre Europa, no es el del populismo, el de Syriza, o el de Podemos, o el de la propia Le Pen trufado de xenofobia y ultraderecha, es el del fantasma del miedo de los partidos tradicionales, escorados hacia élites de derecha e izquierda que han dominado el escenario y los anfiteatros durante décadas. Miedo a que estos partidos de nuevo cuño y que han conectado extraordinariamente con la sociedad descontenta y hastiada de corrupción, de trampas, de costra y mezquindad, se hagan con el poder.

El 25 de enero se librarán unas elecciones que no sólo tendrán su foco en el país heleno. Será el espejo donde muchos quieran verse y medirse. El espejo griego radiará o no una imagen convexa, o por el contrario cóncavo. El líder e Syriza, Tspiras, ha basculado y flexibilizado su discurso, para evitar rechazos y reticencias. Éstas siguen incólumes, pero acepta el euro, acepta olvidarse de la reestructuración unilateral de la deuda.

Una cosa es el verso y otra la prosa si se gobierna. Lo sabe bien, también lo saben en España los aprendices de brujo que cocinan el brebaje del poder. Una cocina donde el calor y el hervir de las desigualdades sociales y salariales que han crecido en los países del sur en los últimos años alimentan a estos partidos, al igual que la corrupción, que la mentira, que la patraña, que el engaño.

Hay miedo en Europa. Pero ese miedo no es a los salarios de vergüenza ni al drama de la emigración interna europea, es a que los nuevos partidos de ideología de izquierda radical sazonada y maquillada de tolerancia, de prudencia, de sentido común, se instale y rompa pactos, viejos consensos de flexo y camilla, y frene la estrategia de la Europa más rica, la que impone sus dictados ante el silencio aquiescente de todos los gobiernos.

Pero ¿qué quieren los griegos? Es democracia. ¿Alguien está dispuesto a preguntárselo y lo que es mejor, a aceptar su veredicto en urnas? Y su cuna nació en Atenas, en la misma orilla que la Escuela de Atenas socrática. El telón se ha bajado para representar la penúltima gran obra en breve momentos. Del espejo a la tragedia solo media la arena, esta vez la arena electoral. Y veremos como Europa, más que nunca, participa de esa campaña. Hay un enemigo, un fantasma a batir, o Syriza o el miedo. Escojan ustedes mismos.

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