Vandaluces

21 de abril 2022 - 01:56

Si, como sostiene el antropólogo Isidoro Moreno, la esclavitud negra que proliferó en Sevilla durante los siglos XVI y XVII dejó una lógica huella en la genética y las costumbres de la población, podemos sostener también que la presencia de los vándalos en el Bajo Guadalquivir durante el primer tercio del siglo V no tuvo que ser en vano y algo, por poco que sea, debemos conservar de aquel pueblo gamberro y cruel cuyo solo nombre todavía provoca un cierto estremecimiento en nuestra alma hispanorromana. A los vándalos les pasa lo mismo que a los almorávides o a los nativos del Golfo de Guinea: son los antepasados incómodos que intentamos eliminar del árbol genealógico. Hasta no hace mucho, la gente más copetuda veía de buen tono descender de los godos. Tanto que, en Canarias, se les quedó ese mote a los peninsulares que llegaban al archipiélago presumiendo de una genética repleta de Ataúlfos, Teodoricos, Sigéricos o Turismundos. Sin embargo, a los vándalos nadie los reivindica, pese a que hay teorías que aseguran que el nombre de Andalucía se lo debemos al topónimo que este pueblo germano proveniente de las orillas del mar Báltico le adjudicó al sur de la Península Ibérica, Vandalucía. Sin embargo, la sangre vándala de nuestros antepasados se empeña en aflorar continuamente. Lo hemos comprobado de nuevo con los graves destrozos provocados por el noble pueblo soberano y vandaluz, el pasado Domingo de Resurrección, en el Parque de María Luisa, uno de los espacios verdes (nunca nos cansaremos de repetirlo) más peculiares y hermosos de Europa. Daños importantes en las glorietas de Ofelia Nieto (aún recuperándose del incendio que sufrió el pasado verano), Cervantes y Benito Mas y Prats o el monumento a Bécquer nos vuelven a colocar ante una incómoda realidad: el incivismo de amplios sectores de la población, los vandaluces de nuestros tiempos, que sufren una suerte de odio a la belleza y que consideran lo público, lo que es de todos, como algo ajeno que puede y debe ser denigrado. Detrás de este comportamiento se esconde un evidente déficit educativo. La apertura y disfrute de los parques, pertenecientes antiguamente a la realeza o a la más alta aristocracia, fue una hermosa e histórica conquista. Una de las primeras medidas que se tomó durante el Sexenio Democrático fue el uso público del Retiro. En Sevilla, sin embargo, fue la donación de la infanta María Luisa Fernanda de Borbón, de alguna manera ya imbuida por una nueva mentalidad, la que nos permite a los sevillanos disfrutar de este bosque entre francés y andalusí, tan europeo y español a la vez. Es labor de todos, no sólo del Ayuntamiento, impedir que este logro se vea amenazado. Si no, seguro que a alguien se le ocurre la manera de restringir el uso del parque, como ya están haciendo con la Semana Santa.

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