JULIÁN AGUILAR GARCÍA

Vertebración

En Sevilla tenemos suerte, somos sevillanos hasta los que no nacimos aquí

Tenemos suerte en Sevilla. Quizás no en otros aspectos de la vida, pero creo que sí en el que hoy me ocupa. En España había muchos elementos vertebradores de la vida nacional, hitos en la vida de todo español que de alguna forma contribuían a la sensación de pertenencia y de comunidad, de ser todos parte de un conjunto común. Unos tal vez más serios y profundos, otros acaso más irrelevantes, pero todos sumaban. Ya no los hay. Déjenme que les ofrezca algunos ejemplos.

Uno podía hacer el servicio militar obligatorio, que sin duda tendría inconvenientes pero que permitía a muchos jóvenes salir de sus pueblos, acaso por primera (y a veces por única) ocasión en sus vidas y conocer otras realidades de España, otras poblaciones que a su vez tenían contacto, por esos "soldaditos", con otras personas de otros orígenes y otras circunstancias.

Otro podría serlo la educación. Mismas asignaturas, esencialmente mismo contenido, españoles sabiendo las capitales y principales pueblos de todas las provincias, un jerezano estudiando el acueducto de Segovia, un chaval en Gerona pudiendo describir la Alhambra, un madrileño sabiendo de la existencia del Sil y el Miño. Gobierno tras gobierno han ido permitiendo, o aun promocionando, que esa educación común sea un rasgo más del pasado, tan lejano y olvidado como Tartessos o los castros astures.

Un último ejemplo. Antaño, los jóvenes se iban a alguna de las pocas universidades existentes en España. Ahora hay centro universitario en cada provincia, en ocasiones incluso en pueblos. Aspecto en apariencia positivo: facilita acceder a estudios superiores a quienes no puedan soportar o sufragar el vivir en otra ciudad (siempre hubo soluciones alternativas en forma de beca y de esfuerzo, no negaré que excepcionales). En contra, los estudiantes no salen de su entorno, siguen viendo las mismas caras, oyendo el mismo acento, comiendo lo mismo, pensando lo mismo, hablando de lo mismo, creyendo lo mismo. Lo que empobrece a alumnos y universidades, que tienden a la mediocridad. Se pierde ocasión de conocer otra España y, por decirlo en términos agustinos, nadie ama lo que desconoce.

Esos ejemplos vertebradores se perdieron. Con (mala) voluntad se refuerza lo que nos enfrenta, lo que nos desune. No somos todavía Bélgica, unida por la monarquía y por los ingresos que produce ser Bruselas sede de gran parte de las instituciones y organismos de la elefantiásica burocracia de la Unión Europea (a quien, pese a todo, Dios guarde muchos años, que nos libra de mayores males). Pero en España estamos andando el camino, me temo.

En cambio, decía al principio, en Sevilla tenemos suerte. Pregunte a usted a un sevillano al que se encuentre por la calle, sea bético o sevillista, de la Macarena o del Gran Poder (disculpen las otras muchas docenas de hermandades, tenía que resumir), de Alcosa o de Triana, de derechas o de izquierdas, y ninguno se dirá no sevillano. Somos sevillanos incluso los que no nacimos aquí. Otro día hablaremos de por qué.

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