¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Historias vivas de los cementerios
Sine die
De la misma forma que en Cádiz dicen que durante la semana de carnaval somos realmente lo que somos y es el resto del año cuando estamos disfrazados, podríamos afirmar que en tiempo de vacaciones hacemos lo que nos gusta, nos aburrimos a veces, y el resto del año lo que no nos queda más remedio que hacer. Tal vez el tiempo de vacaciones vivamos como nos gustaría, aunque sea holgazaneando y perdiendo el tiempo, teniendo irremediablemente que volver al trabajo que, si seguimos el relato bíblico, no es más que una condena por la soberbia humana.
Pido la comprensión de los lectores ante lo que podría ser considerado una boutade, y de hecho lo es, así como muestro mi respeto por todos aquellos que no tienen trabajo y que aceptarían de buen grado ese tipo de condena. La obra poética de Cesare Pavese está recogida bajo el título de Trabajar cansa, y así es. Aunque uno tenga la suerte de dedicarse a lo que le guste, de trabajar en lo que vocacionalmente haya estudiado e incluso pueda desarrollar su vida laboral en la ciudad elegida, la disciplina, la obligación y la rutina acaban consiguiendo que, como expresaba el escritor turinés, acabe cansando. Son muchas las circunstancias que llevan a ello y a veces tan ajenas a la actividad profesional que con demasiada frecuencia conducen a la frustración. En mi profesión de médico, hasta hace unos años todos se jubilaban con setenta años, la edad máxima permitida, pero cada vez son más los que lo hacen tan pronto como pueden, aunque pierdan un porcentaje de su pensión. El exceso de burocracia, las frecuentes tensiones motivadas por el modelo asistencial y la masificación, no favorecen en absoluto el desarrollo correcto de la clásica relación médico-paciente y, no me cabe duda, la insatisfacción se da por ambas partes.
En agosto somos un poco más como somos. Los que están de vacaciones tienen la posibilidad de saltarse los horarios, hacer lo que el resto del año le es imposible o perder el tiempo sin más; incluso los que trabajen en ese mes verán que la actividad disminuye, la ciudad parece otra, más humana, más manejable y tranquila. Volvemos ahora a la rutina, a disfrazarnos de lo que esperan de nosotros, de ese personaje que hemos ido creando año tras año o que nos han asignado. Ahora sí que empieza el carnaval, volvemos a la anormalidad, aquello de que durante un tiempo se vive y luego se sobrevive.
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